INTERVENIR, TRADUCIR, TRAICIONAR (MOLESTAR)
Dr.
Federico R. Urman
Es evidente que ya nada referente al
arte es evidente,
ni en sí mismo en su relación con la
totalidad,
ni siquiera en su derecho a la
existencia.
W.T.Adorno
Recuerdo,
como punto de partida, que, en su trabajo sobre el análisis profano, S. Freud
(1916) decía que la situación analítica era, básicamente, un diálogo. Una
mayéutica de reflexiones compartidas, corriente asociativa que sitúa al
paciente, hacia una orilla, y al terapeuta, para tomar la imagen de un sueño
que analizara Freud, al otro lado del canal. Aquello que, entre uno y otro
fluye, tiene que ver, también, con las particularidades evolutivas y con las
singularidades del paciente. Acentuando los aspectos hegemónicos, diría que es
un intercambio verbal, en los pacientes adultos; lúdico en los niños y épico en
el caso de los adolescentes.
Si
examinamos este diálogo desde las perspectivas de la labor de darse a conocer
del paciente y del darse a conocer del terapeuta, como persona y como psicoanalista,
desde las estrategias terapéuticas que se van planteando y desde un dispositivo
instituído-instituyéndose ofrecido, advertiríamos que se trata de un complejo,
múltiple y diverso trabajo de mutuas traducciones. Pues no hay lectura de las
“superficies psíquicas”, intra e intersubjetiva, que no sea el efecto de estas
elaboraciones.
Pero
no tomo “traducción” en el sentido acotado y restringido que le diera Freud
cuando lo estableció en el terreno de las expresiones simbólicas, tal como
aparecen en los sueños. Se trata, en estos casos, de una sustitución fija,
lineal, directa, automática, y que no atiende a las particularidades o
singularidades del paciente o sus circunstancias. Se trata, en la traducción simbólica, de una herencia
arcaica, es producto de la historia de la especie. Freud insiste en que la
traducción simbólica es un auxiliar opcional que no sustituye la importancia de
la labor interpretativa.
Más
interesantes, en este sentido, encuentro lo que presenta en la carta 52 de la
correspondencia a Fliess (S. Freud,1896), donde presenta una conceptualización
que, con modificaciones, reitera en el cap. VII de “La interpretación de los
sueños”. En dicha carta postula que en el mundo interno el material psíquico
está organizado por la estratificación de diversas experiencias que llevan a un
reordenamiento progresivo, en términos de calidad de investiduras y de
complejidad del entramado representacional. Se van estableciendo
transcripciones sucesivas de sus experiencias con los objetos; cada nivel de
transcripción incorpora al previo, en una nueva organización, como cuando se
pasa de lo cuantitativo a lo cualitativo o como cuando desde las asociaciones
por simultaneidad se producen las de las analogías, y, en otros momentos, se
arriban a las verbales y causales. El pasaje de un nivel a otro, heterogéneo,
de diferente capacidad expresiva y recursos metafóricos, supone un trabajo de
traducción. Me pregunto si estas reflexiones freudianas no están apoyadas en el
modelo hegeliano de síntesis como efecto de oposiciones dialécticas.
Estas
traducciones potenciales pueden ser impedidas por operaciones defensivas, y
queda obstaculizada la emergencia de otro nivel representacional superior.
Puede entonces la perentoriedad de la descarga llevar a una vía transaccional.
Mientras que la traducción supone
esta labor de transcripción, la transacción
sugiere la formación de un síntoma o una formación sintomática, que logra
alguna ligadura de lo reprimido y accede entonces a una representabilidad previamente
objetada o censurada. El síntoma es una adecuación compulsiva de elementos
previamente juzgados inaceptables, incompatibles, a través de una unificación
irracional (para el yo consciente) de lógicas y representaciones heterogéneas,
al modo de lo que, en un trabajo metapsicológico, denominará deseo onírico
preconsciente (cf. Avenburg, R., Espinosa, R.,1996).
La
superación progresiva de estos ordenamientos cronológicos y lógicos, el pasaje
por estas fronteras representacionales, permite una mayor complejización
(cualificación) de la información acerca de los sucesos acaecidos.
Examinemos
las relaciones entre transcripción, traducción e interpretación. La traducción, sobre todo de un idioma a
otro, supone transladar, pasar o cruzar un sentido de uno a otro lugar. En la transcripción la labor es transmitir un
sentido desde un instrumento expresivo a otro, como en la música, donde se
arregla para un instrumento lo que fue escrito para otro. En la interpretación se trata de crear un
sentido partiendo de considerar un determinado material empírico, ya sea que se
trate de descubrir algo potencialmente presente, pero latente y distorsionado
defensivamente, como en los sueños, o que sea una producción inédita de algo
que no pre-existía, como cuando hacemos presente algo que aconteció
inesperadamente en la situación analítica. Toda traducción es una
interpretación, pero interpretación es algo más abarcativo como producción de
sentido. Por ejemplo, la interpretación que un músico hace de una partitura
supone un trabajo creativo que desborda el de la mera transcripción.
Cada
sujeto utiliza, simultánea y/o sucesivamente, varios recursos expresivos
diferentes. En la clínica, por ejemplo, estamos acostumbrados a que el discurso
del niño incluya distintos canales comunicacionales, como el juego dramático, el
dibujo y la pintura, el modelado, las verbalizaciones, en ocasiones el baile o
la danza, etc. Aún dentro del lenguaje verbal, cuando confrontamos distintos
idiomas, con sus particulares raíces sensoriales y afectivas, con sus diversas
capacidades sintácticas y semánticas, advertimos que hay palabras que no logran
una traducción precisa en otro idioma. Como saudade, en portugués, o los
matices de los diversos colores que propone el japonés, o las distintas
tonalidades del blanco que puede expresar un determinado idioma. En la
composición de una canción se suma la música instrumental a la música del poema
empleado como texto de la misma.
Explorar
un recurso expresivo es ir encontrando lo que es capaz de transmitir, como
marcas propias, y también sus topes, sus límites, bordeando lo inefable, pues
siempre resiste una ajenidad que no se deja semantizar. Cada sujeto toma
activamente este legado, y va utilizando estas posibilidades de un modo
idiosincrático, configurando de este modo su idiolecto singular.
La
traducción aparece como un impuesto en la situación de ir siendo con otro(s),
habitando la diversidad. Parte del comienzo de la vida misma, cuando madre y
bebé comparten la tarea de subjetivarse en
reciprocidad. Crean, artesanalmente, nominaciones de la experiencia
compartida (para el bebé es la base de la lengua materna), diálogos que sólo
más tarde son verbales para ambos participantes. Ellos deben aceptar la
incertidumbre que se genera desde el entre vincular y convivir, entre ellos y
dentro de cada sujeto, con lógicas heterólogas. Este trabajo inacabable de elaborar, entre
la unificación y la dispersión, “la complejidad de las infinitas diferencias”
(J. Puget, 2018) aparece nuevamente en la situación analítica.
En
la labor de convertir el discurso del otro en propio, para volverlo
comprensible, analista y paciente necesitan tolerar que algo del otro pueda
resultarle intraducible (Mendelsshon, F.de,2015). Pero, no siempre esta díada
analítica puede tener esta hospitalidad o amigarse con la circunstancia de
intercambiar perspectivas posibles, o de tolerar que se trate de versiones
acerca de versiones que emplean términos de sentidos múltiples. El paciente
puede ceder a la tentación de establecer una relación de dominio, y el
terapeuta puede quedar reducido a la posición de objeto sometido, colonizado,
sin otra posibilidad de confirmar sus dichos como verdades únicas y últimas.
Otras veces, por conflictos contratransferenciales, es el analista quien se
impone como “the master”, como decía Humpty Dumpty, y lo subordina a sus
opiniones y criterios. Esta preocupante problemática del modelamiento del
paciente, aprovechándose el terapeuta de la vulnerabilidad narcisista del mismo,
ya fue planteada por D.Winnicott, M.Balint y otros psicoanalistas.
Como
en el vínculo el otro sujeto no deja de ser ajeno y diferente, la traducción es
el impuesto de la extranjería. Cada sujeto debe pagarlo si es que quiere
entenderlo y darse a entender y hacer lugar a lo no entendible y a lo
inentendible. Eso es lo que ambos tienen en común: dialogar para operar
conjuntamente. Y compartir es hacer algo con esa mutua interferencia. Como
cuando, encontrándose, Edipo y Layo se molestan. Es tolerar verse descolocado y
sentirse descolocado por ese otro. Por eso ese anhelado “nosotros” es tan arduo
de establecer como difícil de sostener inamovible, pues es efímero y tiene que
ser configurado en la dinámica de cada coyuntura.
La
percepción de estímulos, planteó Freud (1924) en sus reflexiones acerca de la
pizarra mágica, no es un fenómeno pasivo; las representaciones previas, con
ordenamientos y sentidos ya establecidos, toman los datos que arriban
sensorialmente y realizan con ellos una configuración sintomática, que combina
lo inédito que se presenta con lo representacional familiar al yo. Reitera lo
planteado en “Formulaciones sobre los dos principios…”. Esta composición, a su
vez, incluye la lucha entre el yo y sus ideales críticos por aceptar,
seleccionar, eliminar y/o distorsionar esta información y por gobernar el curso
ulterior de la misma.
¿Qué
fidelidad podemos tener frente a lo que acontece y se genera en el entre
vincular? ¿Es posible traducir sin traicionar? ¿Toleramos lo indeterminado o lo
acostamos en el lecho de Procusto de nuestras expectativas y valores? ¿No es
ésta la importancia de la regla de la atención flotante, para cuidar nuestra
disponibilidad receptiva? Pero no todo es traducido ni traducible. Luchan de
este modo las reiteraciones causalistas transferenciales (el peso del pasado) y
lo inédito coyuntural que acontece (el presente que historiza)., que molesta
las identificaciones instituidas.
Al
traducir tal vez no podamos dejar de interferir sentidos previos, y lo que
traicionemos sea la subordinación a la conservación de esos lugares y funciones
que una estructura fija. Lo que puede ser clínicamente relevante es si nuestros
actos subjetivan o si se trata de una actuación que desubjetiva. Es decir, si
sumamos riqueza y complejidad mental o si imponemos desentramados y fijezas que
empobrecen emocionalmente. Ya la introducción de un dispositivo implica una
alteración del campo a analizar. Si lo hacemos es porque nos resulta útil:
ayuda a visibilizar elementos que pasarían desapercibidos de otro modo. Como
todo instrumento, su capacidad de auxiliarnos tiene límites. En una ocasión se
quejaba Freud por los inconvenientes que encontraba al comprobar que su
prótesis “no hablaba francés”. Debía convivir con esta especie de “afasia
motora” causada por un elemento extraño, un intruso, que dificultaba la
expresión verbal en un idioma extranjero con el que Freud estaba familiarizado.
¿Qué
relación hay entre interpretación e intervención terapéutica? La intervención es una noción más
abarcativa y amplia, que incluye a la interpretación. Incluye todo lo que
hacemos al implicarnos en el tratamiento del paciente. Es el conjunto de
nuestra praxis, como profesionales y como personas. Estas intervenciones, de
variadas formas y contenidos, deben respetar las reglas del psicoanálisis.
Somos, simplemente, participantes de un juego reglado (Urman, F.2018).
Participamos, con el paciente, de una experiencia lúdica, situación que, como
tal, supone incertidumbre y riesgos, pues el juego es vulnerable.
Descriptores
Alteridad,Inclusión,Subjetividad,Transcripción,Vínculo.
Resumen
En
este trabajo propongo que relacionarse con uno mismo y vincularnos con el otro
(o hacer con otros) supone una labor de dar lugar a lo novedoso e imprevisto
que acontezca, y a llevar adelante un trabajo incesante de transcripciones y
traducciones. Ese molestarse, molestar y ser molestado, interferido, es un
impuesto a pagar si queremos participar en estos diálogos y sostenerlos. La
traición, en estas traducciones, es a la previsibilidad de los hábitos que no
quieren ser alterados o a las identificaciones y funcionamientos que exigen no
ser interrogados o cuestionados. Pero el paciente que sufre (el individuo por
el que se demanda terapia o el conjunto de sujetos cuyo malestar impulsa la
consulta) necesita resolver estos conflictos y por ello se arriesga a “barajar
y dar de nuevo”.
Bibliografía.
Avenburg,
R.;Espinosa, R.(1996) La sexualidad en el desarrollo del aparato psíquico.
XVIII Simposio APDEBA,Tomo I,pp.39-56,Buenos Aires,1996.
Freud,
S.(1896) Los orígenes del psicoanálisis. Biblioteca Nueva, Tomo I, Madrid,1973.
Freud,S.(1924)
Sobre la pizarra mágica. Biblioteca Nueva,Tomo III, Madrid, 1973.
Freud,
S. (1926) El análisis profano.Biblioteca Nueva,Tomo III,Madrid,1973.
Mendelsshon,F.
de (2015). “Soy el fantasma de esta casa”: Sobre las alegrías y peligros de la
(falta de) traducción. Calibán,vol.13,nro.1,pp 142-144, Montevideo, 2015.
Puget,J.(2018)
Habitar espacios en el hoy o en un para siempre.Psicoanálisis, vol.XL,nro 1-2,
pp 19-39,Buenos Aires, 2018
Urman,F.
(2018) El juego del irse analizando en
la clínica individual y en la vincular. Presentado en el Departamento de Niñez
y Adolescencia, APDEBA, 2019
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