viernes, 6 de septiembre de 2019

TRABAJOS LIBRES - Federico Urman



INTERVENIR, TRADUCIR, TRAICIONAR (MOLESTAR)

Dr. Federico R. Urman



Es evidente que ya nada referente al arte es evidente,
ni en sí mismo en su relación con la totalidad,
ni siquiera en su derecho a la existencia.
W.T.Adorno
                            

Recuerdo, como punto de partida, que, en su trabajo sobre el análisis profano, S. Freud (1916) decía que la situación analítica era, básicamente, un diálogo. Una mayéutica de reflexiones compartidas, corriente asociativa que sitúa al paciente, hacia una orilla, y al terapeuta, para tomar la imagen de un sueño que analizara Freud, al otro lado del canal. Aquello que, entre uno y otro fluye, tiene que ver, también, con las particularidades evolutivas y con las singularidades del paciente. Acentuando los aspectos hegemónicos, diría que es un intercambio verbal, en los pacientes adultos; lúdico en los niños y épico en el caso de los adolescentes.

Si examinamos este diálogo desde las perspectivas de la labor de darse a conocer del paciente y del darse a conocer del terapeuta, como persona y como psicoanalista, desde las estrategias terapéuticas que se van planteando y desde un dispositivo instituído-instituyéndose ofrecido, advertiríamos que se trata de un complejo, múltiple y diverso trabajo de mutuas traducciones. Pues no hay lectura de las “superficies psíquicas”, intra e intersubjetiva, que no sea el efecto de estas elaboraciones.

Pero no tomo “traducción” en el sentido acotado y restringido que le diera Freud cuando lo estableció en el terreno de las expresiones simbólicas, tal como aparecen en los sueños. Se trata, en estos casos, de una sustitución fija, lineal, directa, automática, y que no atiende a las particularidades o singularidades del paciente o sus circunstancias. Se trata, en la traducción simbólica, de una herencia arcaica, es producto de la historia de la especie. Freud insiste en que la traducción simbólica es un auxiliar opcional que no sustituye la importancia de la labor interpretativa.

Más interesantes, en este sentido, encuentro lo que presenta en la carta 52 de la correspondencia a Fliess (S. Freud,1896), donde presenta una conceptualización que, con modificaciones, reitera en el cap. VII de “La interpretación de los sueños”. En dicha carta postula que en el mundo interno el material psíquico está organizado por la estratificación de diversas experiencias que llevan a un reordenamiento progresivo, en términos de calidad de investiduras y de complejidad del entramado representacional. Se van estableciendo transcripciones sucesivas de sus experiencias con los objetos; cada nivel de transcripción incorpora al previo, en una nueva organización, como cuando se pasa de lo cuantitativo a lo cualitativo o como cuando desde las asociaciones por simultaneidad se producen las de las analogías, y, en otros momentos, se arriban a las verbales y causales. El pasaje de un nivel a otro, heterogéneo, de diferente capacidad expresiva y recursos metafóricos, supone un trabajo de traducción. Me pregunto si estas reflexiones freudianas no están apoyadas en el modelo hegeliano de síntesis como efecto de oposiciones dialécticas.

Estas traducciones potenciales pueden ser impedidas por operaciones defensivas, y queda obstaculizada la emergencia de otro nivel representacional superior. Puede entonces la perentoriedad de la descarga llevar a una vía transaccional. Mientras que la traducción supone esta labor de transcripción, la transacción sugiere la formación de un síntoma o una formación sintomática, que logra alguna ligadura de lo reprimido y accede entonces a una representabilidad previamente objetada o censurada. El síntoma es una adecuación compulsiva de elementos previamente juzgados inaceptables, incompatibles, a través de una unificación irracional (para el yo consciente) de lógicas y representaciones heterogéneas, al modo de lo que, en un trabajo metapsicológico, denominará deseo onírico preconsciente (cf. Avenburg, R., Espinosa, R.,1996).

La superación progresiva de estos ordenamientos cronológicos y lógicos, el pasaje por estas fronteras representacionales, permite una mayor complejización (cualificación) de la información acerca de los sucesos acaecidos.

Examinemos las relaciones entre transcripción, traducción e interpretación. La traducción, sobre todo de un idioma a otro, supone transladar, pasar o cruzar un sentido de uno a otro lugar. En la transcripción la labor es transmitir un sentido desde un instrumento expresivo a otro, como en la música, donde se arregla para un instrumento lo que fue escrito para otro. En la interpretación se trata de crear un sentido partiendo de considerar un determinado material empírico, ya sea que se trate de descubrir algo potencialmente presente, pero latente y distorsionado defensivamente, como en los sueños, o que sea una producción inédita de algo que no pre-existía, como cuando hacemos presente algo que aconteció inesperadamente en la situación analítica. Toda traducción es una interpretación, pero interpretación es algo más abarcativo como producción de sentido. Por ejemplo, la interpretación que un músico hace de una partitura supone un trabajo creativo que desborda el de la mera transcripción.

Cada sujeto utiliza, simultánea y/o sucesivamente, varios recursos expresivos diferentes. En la clínica, por ejemplo, estamos acostumbrados a que el discurso del niño incluya distintos canales comunicacionales, como el juego dramático, el dibujo y la pintura, el modelado, las verbalizaciones, en ocasiones el baile o la danza, etc. Aún dentro del lenguaje verbal, cuando confrontamos distintos idiomas, con sus particulares raíces sensoriales y afectivas, con sus diversas capacidades sintácticas y semánticas, advertimos que hay palabras que no logran una traducción precisa en otro idioma. Como saudade, en portugués, o los matices de los diversos colores que propone el japonés, o las distintas tonalidades del blanco que puede expresar un determinado idioma. En la composición de una canción se suma la música instrumental a la música del poema empleado como texto de la misma.

Explorar un recurso expresivo es ir encontrando lo que es capaz de transmitir, como marcas propias, y también sus topes, sus límites, bordeando lo inefable, pues siempre resiste una ajenidad que no se deja semantizar. Cada sujeto toma activamente este legado, y va utilizando estas posibilidades de un modo idiosincrático, configurando de este modo su idiolecto singular.

La traducción aparece como un impuesto en la situación de ir siendo con otro(s), habitando la diversidad. Parte del comienzo de la vida misma, cuando madre y bebé comparten la tarea de subjetivarse en reciprocidad. Crean, artesanalmente, nominaciones de la experiencia compartida (para el bebé es la base de la lengua materna), diálogos que sólo más tarde son verbales para ambos participantes. Ellos deben aceptar la incertidumbre que se genera desde el entre vincular y convivir, entre ellos y dentro de cada sujeto, con lógicas heterólogas.   Este trabajo inacabable de elaborar, entre la unificación y la dispersión, “la complejidad de las infinitas diferencias” (J. Puget, 2018) aparece nuevamente en la situación analítica.

En la labor de convertir el discurso del otro en propio, para volverlo comprensible, analista y paciente necesitan tolerar que algo del otro pueda resultarle intraducible (Mendelsshon, F.de,2015). Pero, no siempre esta díada analítica puede tener esta hospitalidad o amigarse con la circunstancia de intercambiar perspectivas posibles, o de tolerar que se trate de versiones acerca de versiones que emplean términos de sentidos múltiples. El paciente puede ceder a la tentación de establecer una relación de dominio, y el terapeuta puede quedar reducido a la posición de objeto sometido, colonizado, sin otra posibilidad de confirmar sus dichos como verdades únicas y últimas. Otras veces, por conflictos contratransferenciales, es el analista quien se impone como “the master”, como decía Humpty Dumpty, y lo subordina a sus opiniones y criterios. Esta preocupante problemática del modelamiento del paciente, aprovechándose el terapeuta de la vulnerabilidad narcisista del mismo, ya fue planteada por D.Winnicott, M.Balint y otros psicoanalistas.

Como en el vínculo el otro sujeto no deja de ser ajeno y diferente, la traducción es el impuesto de la extranjería. Cada sujeto debe pagarlo si es que quiere entenderlo y darse a entender y hacer lugar a lo no entendible y a lo inentendible. Eso es lo que ambos tienen en común: dialogar para operar conjuntamente. Y compartir es hacer algo con esa mutua interferencia. Como cuando, encontrándose, Edipo y Layo se molestan. Es tolerar verse descolocado y sentirse descolocado por ese otro. Por eso ese anhelado “nosotros” es tan arduo de establecer como difícil de sostener inamovible, pues es efímero y tiene que ser configurado en la dinámica de cada coyuntura.

La percepción de estímulos, planteó Freud (1924) en sus reflexiones acerca de la pizarra mágica, no es un fenómeno pasivo; las representaciones previas, con ordenamientos y sentidos ya establecidos, toman los datos que arriban sensorialmente y realizan con ellos una configuración sintomática, que combina lo inédito que se presenta con lo representacional familiar al yo. Reitera lo planteado en “Formulaciones sobre los dos principios…”. Esta composición, a su vez, incluye la lucha entre el yo y sus ideales críticos por aceptar, seleccionar, eliminar y/o distorsionar esta información y por gobernar el curso ulterior de la misma.

¿Qué fidelidad podemos tener frente a lo que acontece y se genera en el entre vincular? ¿Es posible traducir sin traicionar? ¿Toleramos lo indeterminado o lo acostamos en el lecho de Procusto de nuestras expectativas y valores? ¿No es ésta la importancia de la regla de la atención flotante, para cuidar nuestra disponibilidad receptiva? Pero no todo es traducido ni traducible. Luchan de este modo las reiteraciones causalistas transferenciales (el peso del pasado) y lo inédito coyuntural que acontece (el presente que historiza)., que molesta las identificaciones instituidas.

Al traducir tal vez no podamos dejar de interferir sentidos previos, y lo que traicionemos sea la subordinación a la conservación de esos lugares y funciones que una estructura fija. Lo que puede ser clínicamente relevante es si nuestros actos subjetivan o si se trata de una actuación que desubjetiva. Es decir, si sumamos riqueza y complejidad mental o si imponemos desentramados y fijezas que empobrecen emocionalmente. Ya la introducción de un dispositivo implica una alteración del campo a analizar. Si lo hacemos es porque nos resulta útil: ayuda a visibilizar elementos que pasarían desapercibidos de otro modo. Como todo instrumento, su capacidad de auxiliarnos tiene límites. En una ocasión se quejaba Freud por los inconvenientes que encontraba al comprobar que su prótesis “no hablaba francés”. Debía convivir con esta especie de “afasia motora” causada por un elemento extraño, un intruso, que dificultaba la expresión verbal en un idioma extranjero con el que Freud estaba familiarizado.

¿Qué relación hay entre interpretación e intervención terapéutica? La intervención es una noción más abarcativa y amplia, que incluye a la interpretación. Incluye todo lo que hacemos al implicarnos en el tratamiento del paciente. Es el conjunto de nuestra praxis, como profesionales y como personas. Estas intervenciones, de variadas formas y contenidos, deben respetar las reglas del psicoanálisis. Somos, simplemente, participantes de un juego reglado (Urman, F.2018). Participamos, con el paciente, de una experiencia lúdica, situación que, como tal, supone incertidumbre y riesgos, pues el juego es vulnerable.

Descriptores
Alteridad,Inclusión,Subjetividad,Transcripción,Vínculo.

Resumen
En este trabajo propongo que relacionarse con uno mismo y vincularnos con el otro (o hacer con otros) supone una labor de dar lugar a lo novedoso e imprevisto que acontezca, y a llevar adelante un trabajo incesante de transcripciones y traducciones. Ese molestarse, molestar y ser molestado, interferido, es un impuesto a pagar si queremos participar en estos diálogos y sostenerlos. La traición, en estas traducciones, es a la previsibilidad de los hábitos que no quieren ser alterados o a las identificaciones y funcionamientos que exigen no ser interrogados o cuestionados. Pero el paciente que sufre (el individuo por el que se demanda terapia o el conjunto de sujetos cuyo malestar impulsa la consulta) necesita resolver estos conflictos y por ello se arriesga a “barajar y dar de nuevo”.

Bibliografía.
Avenburg, R.;Espinosa, R.(1996) La sexualidad en el desarrollo del aparato psíquico. XVIII Simposio APDEBA,Tomo I,pp.39-56,Buenos Aires,1996.
Freud, S.(1896) Los orígenes del psicoanálisis. Biblioteca Nueva, Tomo I, Madrid,1973.
Freud,S.(1924) Sobre la pizarra mágica. Biblioteca Nueva,Tomo III, Madrid, 1973.
Freud, S. (1926) El análisis profano.Biblioteca Nueva,Tomo III,Madrid,1973.
Mendelsshon,F. de (2015). “Soy el fantasma de esta casa”: Sobre las alegrías y peligros de la (falta de) traducción. Calibán,vol.13,nro.1,pp 142-144, Montevideo, 2015.
Puget,J.(2018) Habitar espacios en el hoy o en un para siempre.Psicoanálisis, vol.XL,nro 1-2, pp 19-39,Buenos Aires, 2018
Urman,F. (2018)  El juego del irse analizando en la clínica individual y en la vincular. Presentado en el Departamento de Niñez y Adolescencia, APDEBA, 2019 

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