miércoles, 26 de junio de 2019

CONTRIBUCIONES - Liliana Blanco


FRONTERAS DEL PSICOANÁLISIS

Liliana Blanco [i]



Cuando me propusieron escribir algunas líneas sobre “El psicoanálisis en las fronteras”  pensé  de inmediato en los obstáculos con los que me topé al empezar a trabajar en la zona.

Vivo en un lugar de frontera, al pie de la Cordillera de los Andes, hay pues una frontera geográfica que nos une/separa de Chile, frontera que por suerte en la actualidad, no ofrece problemas. Pero existen otros límites, menos visibles a simple vista, que nos hacen replantear permanentemente nuestro trabajo.

El primero y  más simple, tiene que ver con el vivir en un pueblo donde todo el mundo se conoce,  y nos encontramos en el supermercado, en el cine, el teatro o en el consultorio de algún médico. Concurrir a un gimnasio o a alguna actividad recreativa implica tener que compartirla con más de un paciente.

Recuerdo una médica que me comentaba su incredulidad cuando a poco de llegar, un paciente desde el otro extremo de la góndola de uno de los dos supermercados que tenemos le grita: Dra. Las pastillas que me dio para la próstata no me hacen nada!, qué hago?”

Mantener el encuadre se vuelve una tarea difícil cuando nuestros pacientes son a la vez nuestros vecinos o nuestros compañeros.

Sin embargo la frontera más complicada está dada por el choque de dos culturas, la nuestra (blanca, occidental, o huinca) y la del pueblo mapuche. Siempre tuve un profundo respeto por los pueblos originarios y mi fantasía al ir a vivir al sur era adentrarme en su cultura, investigar sus creencias ancestrales, su cosmovisión y tratar de establecer semejanzas y diferencias. Me encontré con una pared difícil de traspasar. La desconfianza (bien ganada hacia el blanco) hace prácticamente imposible el intercambio.

Cuando un paciente mapuche llega a nuestro consultorio, nunca lo hace por demanda propia, viene derivado por el médico, por el juzgado, por el trabajo o por Acción Social. Llegan con bronca, por tener que acatar una medida que no comparten, porque se sienten tratados de “locos”, con desconfianza o con indiferencia. Se sientan frente a nosotros en absoluto silencio, esperando…esperando qué? Tal vez un certificado que les permita volver a sus tareas, tal vez que le solucionemos un problema, o que adivinemos qué les pasa…quizás que le propongamos a la manera de las machis, un ritual…imposible saberlo…Su mirada nos atraviesa, el silencio se vuelve una especie de contrapunto en el que siempre perdemos. Las respuestas a nuestras preguntas, con suerte son un monosílabo. A veces, muy pocas, nos cuentan parte de su historia, relatan crímenes, violaciones, situaciones terribles relatadas con total indiferencia. Los hechos se cuentan como un todo cerrado, sin relación con lo que los precedió ni con los síntomas que pueden presentar en el presente. Muchas veces me pregunté si estarían buscando asustarme, impactarme, no, estoy segura que poco les importa lo que yo piense, simplemente el afecto no está presente en la palabra, o en los gestos.

Alguna vez me atreví a señalarlo, la respuesta: silencio, absoluta falta de reacción…

Otras veces, muchas, advertí que si bien aparentemente hablamos el mismo idioma, las palabras no tienen el mismo significado, he hecho interpretaciones basándome en lo que creí entender para mucho tiempo después descubrir que las palabras pronunciadas tenían un significado totalmente desconocido por mí. Sin embargo, nunca me contradijeron, nunca aclararon mi error, sólo silencio e inexpresividad en el rostro. Tal vez ellos tampoco entendían mis palabras…

Una vez, una paciente dijo que “había estaba preparando el pino” Era el mes de junio, sin pensarlo pregunté” tan pronto?”  No hubo respuesta…Mucho tiempo después me enteré que “el pino” es el relleno de las empanadas!!!!

Otra vez, hice una interpretación sobre el juego de un niño en el que intervenían un perro y una cabra. El pequeño me miró, y muy divertido dijo: “porteña tenés que ser! Esto es un chivo!

Una maestra de música proveniente de la ciudad de La Plata, que daba clases en la escuela de una comunidad mapuche solía comentarme su desazón por el silencio de los chicos. “En La Plata, no sabía cómo hacerlos callar, acá no sé cómo hacer que hablen o participen”

A pesar de todo con los niños fue más fácil ganar su confianza, establecer una transferencia positiva, ellos despliegan en el juego su problemática y yo trato de interpretar desde el juego mismo, haciendo intervenir poco la palabra. De a poco, fui entendiendo o ellos explicándome, tuve que informarme  sobre sus creencias, aprender a aceptarlas (quizás esto es lo que siempre debemos hacer ) A veces es muy difícil, cuando se trata de situaciones de violencia o abuso.

La primera consulta que recibí fue para hacer una evaluación acerca de un implante coclear en un muchacho sordomudo que jamás pudo adquirir el lenguaje de señas ni la lectura de labios. Nadie había tratado ni cuestionado esta condición, hasta los 15 años en que la familia se mudó al pueblo y fue por primera vez a una escuela. Hasta ese momento había vivido con los padres y las hermanas en el campo ( en esta zona se denomina así a la estepa). Uno puede tender a juzgar y hacer interpretaciones erróneas acerca del abandono o la desidia familiar que no reparó en una problemática tan evidente. Y nos equivocaríamos.

Para la cultura mapuche la enfermedad y la muerte siempre son efecto de la acción intencional de determinados seres o  fuerzas: los kalku (seres malignos) que  manipulan fuerzas negativas llamadas wekufe (el daño). La concepción de la enfermedad tiene que ver con la introducción de un objeto morboso que porta esa fuerza maligna o por el mismo espíritu maligno, Por ejemplo, si un cadáver no se descompone inmediatamente, es que ha sido poseído y eso significa que volverá a buscar familiares del fallecido, ya sea para lastimarlos o para poseerlos también. (Cabe mencionar que el clima de la estepa es por demás frío y seco, con lo cual es esperable que un cadáver no se descomponga rápidamente) La sordera de este paciente era resultado de la toxoplasmosis materna que antes de su nacimiento había provocado la muerte de una hermanita. Para la familia, el espíritu de la pequeña se había apoderado del nuevo bebé provocándole la sordera.

Lejos de ser rechazada, la persona poseída es cuidada y protegida para no enfurecer al espíritu maligno, evitando de esta manera que haga más daño. El sujeto se convierte así en “algo familiar y extraño al mismo tiempo, poseído por algo terrorífico o demoníaco”. En este punto, me alegra poder volver a “mis fuentes” y pensar en las reflexiones de Freud en Lo Siniestro.

Bibliografía:

  • Carbonell, Beatriz: Chamanismo mapuche, Medicina y Poder, sus formas de vínculo social. Universidad Fasta, Patagonia Argentina
  • Díaz Mujica, A: Conceptos de enfermedad y sanación en la cosmovisión mapuche e impacto de la cultura occidental. Rev. Ciencia y Enfermería X
  • Freud, Sigmund: Lo Siniestro, Edit. Noé, Buenos Aires, 1973
  • García Vázquez, Cristina: Transculturalidad y enfermedad mental: los mapuche en Neuquén. Proyecto de investigación en conjunto con el Lic. Javier Barda





[i] Psicóloga UBA. Ex docente de la Facultad de Psicopedagogía Universidad del Salvador titular en las Cátedras de Técnicas Proyectivas, Psicología Evolutiva II(Adolescencia), y Psicología l. Ex docente Facultad de Psicología Universidad de Buenos Aires Cátedra Niñez, titular: Juan José Calzetta. E mail: liliblancoar@yahoo.com.ar



jueves, 20 de junio de 2019

CONTRIBUCIONES - María Beatriz Greco


FRONTERAS QUE HABILITAN.
LOS LÍMITES DE LA ESCUELA Y EL TRABAJO DE SUBJETIVACIÓN EMANCIPADA.

María Beatriz Greco[1]


Cada uno hace la experiencia de
sí mismo como existencia insuficiente.
Blanchot (2012).


Agradezco la invitación a pensar las fronteras en tiempos en que las líneas divisorias y los umbrales parecen inapropiados, sólo obstáculos en el camino. Se trataría, en cambio aquí, de intentar echar a andar un pensamiento en un mundo que se define por su infinita posibilidad de ser transitado, recorrido en red, sin pausas, casi sin fronteras (y sin sujetos), virtualmente dominados por grandes plataformas tecnológicas que nos informan de todo y de todos, en forma permanente.

Para quien trabaja, interviene en las instituciones e investiga en el territorio de lo educativo, esta invitación no puede sino producir un pensamiento sobre los sujetos que  pretende demorarse en sus pliegues y des-pliegues, en los modos en que nos subjetivamos en nuestro tiempo, por el hecho de ser seres históricos y también en aquello que nos hace sujetos (psíquicamente hablando) en toda época. La pregunta que genera esta tensión entre lo histórico y lo que no lo es, es por la subjetivación contemporánea, la que en muchos casos se define como neoliberal, una forma que impone y controla cómo ser un “sujeto sin divisiones”, enteramente disponible al rendimiento calculable. Esta forma es propia de un momento en que lo Unitario parece volver a instalarse en nuestros modos de pensarnos, como si se tratara de una subjetividad capturada por una visibilidad total, sin opacidades ni dobleces, construida a partir de una supuesta libertad para someterse a las reglas del consumo y a las redes que lo imponen.

Si de educación hablamos, desde una perspectiva emancipatoria, será importante en cambio, atender y hacer lugar a lo incalculable, a lo que escapa a los pronósticos sellados, a lo inefable y lo enigmático que no cesa de hacer pregunta. Nos van a interesar, entonces, los espacios adonde la “psicopolítica neoliberal” (Han, 2018) no puede llegar, adonde el sujeto resiste y se abren emancipaciones inadvertidas. Uno de esos espacios, al que me voy a referir, es el de la escuela, pensado como espacio extranjero, capaz de producir una subjetividad otra, recortándose de un mundo de objetos-chatarra que sólo podrían ser usados y descartados, tal vez ni conocidos ni observados a distancia.

Aun cuando se anuncie su fin, su deterioro o inadecuación histórica, vamos a sostener que la escuela, en tanto espacio de lo público y “lo común”, hace de frontera, no renuncia al lazo que humaniza, al encuentro con saberes que no pueden ser cosificados ni mercantilizados, al vínculo que enseña porque hay otro que le otorga sentido. Algo en ella resiste. El territorio educativo es uno que puede “impedir que el mundo se deshaga” (Camus, citado en Larrosa, 2018) y lo hace a contramano, a contrapelo de la época, como contra pedagogía de la crueldad[2] (Segato, 2018).

Para ello se vuelve indispensable un pensamiento en las fronteras y de la frontera que provoque debate en torno a lo político que produce “subjetividad pedagógica” (Simons y Masschelein, 2011), en el mejor de los sentidos, no como mero sometimiento sino como potencia siempre en vías de emancipación. Se trataría de una pedagogía que reconoce al sujeto del inconsciente, en términos psicoanalíticos y al sujeto de la igualdad, según los planteos de Jacques Rancière.

Nos vamos a referir a este último. La lectura del filósofo contemporáneo habilita el desafío de pensar en términos de lo que él denomina “partición de lo sensible” (Rancière, 2014), o mejor dicho, “partage”.  La diferencia entre lenguas (el término francés “partage” no tiene traducción al castellano) nos hace hablar de lo que se comparte y, a la vez, paradójicamente, separa a los sujetos, los tiempos, los espacios, las actividades y los desvelos cotidianos. En la imposibilidad de traducir “partage” nos detenemos a comprender su significación en la otra lengua y allí, entre ensayos y búsquedas lingüísticas acontece un sentido: lo compartido es, al mismo tiempo, lo partido y repartido, lo que podemos decir y ver en un espacio común. A lo largo de su obra, Rancière se dedica a reconocer escenas en las que ese espacio común, a la vez repartido y compartido, se reconfigura, cambia los lugares habitualmente asignados, arranca a los sujetos de sus identidades cristalizadas y los vuelve otros, distintos, ajenos a sí mismos. Los subjetiva políticamente para hacerlos hablar con su voz. Es así que Rancière se empeña en la búsqueda de escenas donde las fronteras que separan existen y se mueven para hacer lugar a la parte que no lo tenía, que se reconfiguran por obra de una práctica igualitaria. Es así que no vemos al filósofo caminar solo por un mundo de conceptos distantes y ajenos sino que lo hace conduciéndonos a percibir de otro modo paisajes ya vistos y ya sabidos con nuevas fronteras que alteran el orden establecido.

Veamos lo que nos hace ver… el artesano trabaja en su taller al tiempo que dice –según augurios platónicos- que su trabajo no le deja el tiempo para pensar, sin embargo, mientras lo dice, piensa. El “maestro ignorante” (2003) enseña al lado de sus alumnos en torno a una “cosa en común” y afirma que su oficio no es el de la explicación atontadora sin fin, sino el de hacer lugar a una ignorancia compartida que emancipa al alumno emancipándose. El espectador, sentado en su butaca, mira la escena teatral y compone su propia obra poniendo en diálogo un pensamiento sensible con los materiales que el dramaturgo y los actores le ofrecen (2010ª). Los obreros no duermen al regresar de la fábrica, no reparan el cansancio para reiniciar al otro día el circuito laboral, destinan sus noches a la escritura y en esa ruptura, reconfiguran su identidad. Es “la noche de los proletarios” (2010b).

El filósofo, entre sus libros, archivos y anotaciones, se pregunta y al mismo tiempo, mira y levanta la mirada de las escenas con las que se encuentra y con un gesto imperceptible, nos convoca y hace una inquietante invitación: des-encajar, des-colocar, re-componer de otro modo las partes ensambladas, desanudar lo anudado, mirar como extranjero, dar lugar a un pensamiento de la alteración y del disenso, en lugar de propiciar la búsqueda de integración armónica de las partes, de su explicación y comprensión total para convalidar un orden que se haga ver como “natural”. Las fronteras se desplazan. Es así como nos vemos de pronto rodeados de artesanos, filósofos, maestros, alumnos, traductores, espectadores, actores, autores, obreros, escritores… Rancière ubica la escena y un sinnúmero de personajes que afirman la igualdad de “cualquiera con cualquiera” en acto y en esa actualización igualitaria salimos de los lugares habituales, hablamos, pensamos, escribimos, nos movemos en un espiral emancipatorio que poco tiene que ver con la confirmación de un mundo signado por la desigualdad y el sometimiento.

Para el filósofo lo político es la frontera que hace disentir, es desacuerdo, es búsqueda de la alteración de un orden allí donde la igualdad como principio se verifica y produce diferencias. El maestro ignorante Joseph Jacotot[3] (2003) es su figura principal aun cuando se trata de un ejercicio de enseñanza que no impone, que se desplaza del centro para hacer del aprender y buscar entre saberes y signos, la tarea que reúne al maestro y al alumno. Sin explicaciones busca una “cosa en común” con el alumno y lo vincula a ella, lo deja en relación con un mundo y con preguntas que movilizan su conocimiento, pero lo deja solo; enseña emancipando. El texto escrito en los ’90 da cuenta de una resistencia a pensar la desigualdad de las inteligencias como naturaleza y la jerarquía como único modo de concebir la relación pedagogica y la autoridad de quien enseña (Greco, 2012). Para Rancière la igualdad es punto de partida, sólo así será posible verificarla una y otra vez, en cada situación, en cada modo de enseñar, de decir e interpelar, de hacer con otro en posición de alumno. Dirá que si nos damos la desigualdad como principio, no haremos más que comprobar que esa desigualdad está instalada entre nosotros como una premisa que impide su transformación.

Las afirmaciones del maestro ignorante y del filósofo contemporáneo que recupera sus escritos, no dejan de provocar. ¿Igualdad de las inteligencias?, ¿de cualquiera con cualquiera?, ¿círculo de la potencia?, si todas las teorías nos hablan de otra cosa, de la desigualdad, de las naturalezas acabadas, de los diagnósticos certeros, de un “círculo de la impotencia”. Pero su posición se aleja tanto de la comodidad de las aplicaciones de las buenas teorías en la práctica y de la sabia explicación infinita del mundo como del “totalitarismo de los hechos” por el cual las supuestas esencias subjetivas se confirman a sí mismas. Afortunadamente, dicen Jacotot-Ranciére, el pedagogo decimonónico y el filósofo contemporáneo confundiendo sus voces, se trata de viajar con la mirada del extranjero que no sabe la lengua ni las costumbres, a quien el texto del mapa no le alcanza para comprender las sinuosidades del terreno; su mirada es “ignorante” y en el mismo momento, “sabe” permanecer abierta a lo que está por conocer.

El trabajo mismo de pensar se trata de un viaje semejante, el de la creación de una incomodidad, de un desacuerdo consigo mismo, una separación de sí,  apropiación de esa mirada extranjera y extrañada sobre el mundo, allí donde todo parece conducir a un sentido único del régimen de presentación de las cosas y su interpretación. La conceptualización de este disenso no constituye una teoría y su método sino que se reconoce en efectos visibles e imaginables, en paisajes y trayectos al “otro lado” donde un proceso subjetivo tiene lugar, en mundos puestos en relación de maneras inesperadas, un mundo dentro de otro. Es ésta una práctica estética de la igualdad, una práctica de la extrañeza igualitaria que pone en riesgo el orden de lo social o representativo de la sociedad con el sello de la desigualdad. “La cuestión no es revelar, es cercar” (1991: 102) y las miradas cercan, delimitan y reconfiguran lo representado, deshacen su confusión a cambio de crear otras confusiones a partir de cuerpos y voces que se convierten o se transforman en el sentido de la igualdad. Nuevas fronteras. La mirada extranjera es la que deshace confusiones y se opone a lo “autóctono” de los ojos que desigualan, que no ven más que bajo la resignación de “lo dado”. “(…) no hay más ‘autóctonos’ que los resignados, que los que renunciaron a mirar. Sólo la mirada del (la) extranjero (a) nos deja tocar la verdad de un mundo” (1991: 103)

El pensamiento de la emancipación, en términos contemporáneos, en el territorio político y subjetivo, colectivo y singular, no supone la ilusoria llegada a un mundo donde cada uno podría acceder a una absoluta independencia de los otros, sino un modo de mirar, pensar y hacer como alteración de lo dado, a partir de la igualdad como principio, creando lo político como espacio, cada vez, en tensión con una desigualdad que no se reduce fácilmente. Una transformación de la sensibilidad y la producción de efectos en la medida en que redefinimos el trabajo de (des)armar miradas clausurantes. Esta reformulación propone al pensamiento no como abstracción –alejándose de la vida “común” y cotidiana- sino como alteración –mezclándose con ella-. Se trata menos de comprender lo que está allí, ya trazado en evidencias de hechos, divisiones habituales, categorías determinadas, que de desarticular un orden de partición dado volviendo a articular temporariamente otro en el cual se haga lugar a lo que antes no tenía lugar.

Volvemos entonces a la escuela, el espacio del que hablábamos al comienzo, al cual elegimos para pensarlo como frontera, haciendo de frontera, de condición de posibilidad del sujeto, territorio transitable de donde salir y adonde entrar. Territorio de invención igualitaria porque el trabajo que allí se realiza es el de producir la “experiencia de ser capaz de”, la de suspender el tiempo de la desigualdad (Simons y Masschelein, 2014), la de ofrecer objetos maravillosos (Larrosa, 2018) para conocer y así, hacer circular la voz y la mirada, en soledad y con otros, en torno a un “mundo común” que no se deshace porque el vínculo humano lo sostiene.

Contra los diagnósticos catastróficos de nuestro tiempo, los que denuncian que la subjetividad neoliberal ha clausurado al sujeto, lo ha vuelto pura exterioridad confinándolo a una transparencia sin bordes, incluso agotando su dimensión inconsciente[4] (Han, 2014) proponemos contraponer la mirada ranceriana de la emancipación y de la igualdad como proceso heterogéneo a todo orden instituido de desigualdad e impotencia.

Podríamos postular aquí, siguiendo esta mirada, un sujeto de la igualdad que también y, paradójicamente es un sujeto dividido. Según el filósofo, un sujeto político opera una doble separación: “de la naturalidad del trabajo y de la identidad de un grupo social marcado por la ley de su corporeidad” (Rancière, 2010, p. 48). Así, el sujeto de la igualdad es un operador de des-identificación que sitúa una escena y redistribuye los papeles haciéndose contar como parte de ella, dando a ver una ficción que no es lo contrario de la realidad, sino una invención igualitaria que reúne singularidades en torno a un común: “La ficción es una forma de esculpir en la realidad, de agregarle nombres y personajes, escenas e historias que la multiplican y la privan de su evidencia unívoca”. (2010, p. 48).
 
¿Cómo articular, entonces, un pensamiento y una práctica del lazo igualitario en tiempos en que, aparentemente, sólo se produce la homogeneización de una subjetividad transparente, neoliberal y emprendedora? ¿Qué formas de resistencia se despliegan en lo cotidiano, por ejemplo,  en el trabajo de educar? ¿Con qué fronteras que delimiten espacios y escenas?

La siguiente escena da cuenta de una experiencia política, en una escuela de la ciudad de Buenos Aires, donde la desigualdad social ha dejado fuera del derecho a educación a muchos jóvenes. Sin embargo, en los pliegues de un mundo fragmentado, “otra cosa” ocurre. La escena se despliega en una escuela pública del barrio del Abasto. Estudiantes de 13 y 14 años han llegado a esta escuela desde barrios del conurbano bonaerense, la estación de trenes cercana trae a este lugar de la ciudad a trabajadores y trabajadoras con sus hijos e hijas. Inmigrantes bolivianos y peruanos cuyas familias se han trasladado a esta ciudad en busca de mejores oportunidades de trabajo y de vida. La motivación del proyecto educativo de lengua y literatura que se crea surge del interés de las docentes por generar mayores capacidades en sus estudiantes para leer y escribir. Les preocupa el escaso hábito de lectura, la ajenidad con respecto a las lecturas que los programas de la materia proponen, el sentimiento de que escribir “no es para ellos y ellas”, que “no les corresponde esa tarea”. La biblioteca los recibe en su silencio guardado por años en el edificio centenario. No es un espacio habitual, tan cercano y lejano, a la vez. El taller de lectura y escritura se inicia una mañana de invierno en torno a la amplia mesa central. Sobre ella, los libros se hallan allí reunidos, desordenados, por momentos amontonados, en pilas que van variando su ordenamiento, entre libros que se mueven de mano en mano. Estudiantes y profesoras no se sientan alrededor de la mesa, no se acomodan para leer sino que merodean, deambulan alrededor de la mesa, tocando, percibiendo colores y texturas, dejándose llamar por las letras de los títulos, su tamaño y su decir. Invitados por los textos, cada uno y cada una selecciona uno solo y ahora sí, se alejan del grupo, hacia un sitio apartado y más íntimo para entrar en sus páginas. Docentes y estudiantes por igual. Se les pide a los estudiantes que piensen los motivos por los cuales eligieron esos objetos hechos de texto-textura-imágenes-palabras-peso-color y que recuerden a su vez, algún libro y escenas de la infancia que fueran significativas para ellos. Se los invita al relato oral, luego a la escritura, luego a la lectura de fragmentos y nuevamente la escritura. Los encuentros se suceden semana a semana, los y las estudiantes van hilando la experiencia presente con experiencias pasadas, lo vivido actual con lo que no fue vivido nunca, la sensibilidad de cada taller con la reflexión por fuera de la situación en la biblioteca. El espacio escolar se vuelve propio para estos estudiantes que son pensados y se piensan a sí mismos como extranjeros. Ellos mismos generan, junto a las profesoras que impulsan y acompañan, la publicación de unos poemas de “nóveles escritores” y al ser nombrados como tales, un reposicionamiento subjetivo produce un giro emancipatorio que no se cerrará allí. La publicación de los poemas inicia un “círculo de la potencia” que involucra otros saberes, otras relaciones.

La escena es pequeña, pero porta gestos potentes en la creación de subjetividad. Su carácter político “hace” un común cuando da a ver un mundo dentro de otro mundo, modifica lo real por lo virtual de una igualdad no homogeneizante, cuando abandona todo intento unificador e identitario, reuniendo singularidades inscriptas en una igualdad litigiosa. En este espacio de reunión y separación, se despliega eso común que la escuela persigue en forma de pensamiento y verificación de una igualdad en acto.

Para ir cerrando, provisoriamente, nuestras reflexiones en estos tiempos en que, pareciera, las pasiones políticas se hallan en retroceso, advertimos los múltiples modos en que una lógica deficitaria, de “lo que no hay”, lo que falta, lo que nadie hace, logra confirmar que nada cambia y que no vale la pena “ver, hacer, pensar”[5].

La invitación a pensar las fronteras devuelve entonces otra invitación, la de pensar esas fronteras que habilitan en cada terreno de práctica, desde un sujeto dividido y capaz de emanciparse, no de una vez para siempre, sino con interrupciones, discontinuidades, con sus facetas inquietantes y polémicas. Se trata entonces de sostener una paradoja política que es la del trabajo de tensar continuamente lo dado con lo que puede darse bajo un presupuesto igualitario, que es exponerse a perder los propios límites en la experiencia con otros y así, volver a trazar las fronteras.


Referencias bibliográficas.
  • Blanchot, M. (2012). La palabra analítica. Buenos Aires: La Cebra.
  • Greco, M.B. (2012) Emancipación, educación y autoridad. Buenos Aires: Noveduc.
  • Han, B-Ch. (2014) Psicopolítica. Buenos Aires: Herder.
  • Larrosa, J. (2018) “impedir que el mundo se deshaga, con algunas escenas escolares y una conversación sobre la transmisión, la comunicación y la renovación del mundo”. En Rodrigues A., Berle S. y Kohan W. Filosofía e educacao em errancia: inventar escola, infancias do pensar. Río de Janeiro: Nefi, UERJ.
  • Rancière, J. (2014) El reparto de lo sensible. Estética y política. Buenos Aires: Prometeo.
  • Ranciere, J. (2010a) El espectador emancipado. Buenos Aires: Manantial.
  • Rancière, J. (2010b) La noche de los proletarios. Buenos Aires: Tinta limón.
  • Rancière, J. (2010c) Momentos políticos. Buenos Aires: Capital intelectual.
  • Rancière, J. (2003) El maestro ignorante. Cinco lecciones de emancipación intelectual. Barcelona: Laertes. 
  • Rancière, J. (1991) Breves viajes al país del pueblo. Buenos Aires: Nueva Visión.
  • Segato, R. (2018) Contrapedagogías de la crueldad. Buenos Aires: Prometeo.
  • Simons, M., Masschelein, J. (2014) Defensa de la escuela. Una cuestión pública. Buenos Aires: Miño y Dávila.
  • Simons, M., Masschelein, J. (2011) “Subjetivación gubernamental, política y pedagógica. Foucault con Rancière”. En Simons, Masschelein y Larrosa (editores) Jacques Rancière. La educación pública y la domesticación de la democracia. Buenos Aires: Miño y Dávila. (Pp. 107-145)








[1] Dra. en  Filosofía y Ciencias Sociales (Universidad Paris VIII y UBA). Lic. en Psicología (UBA). Profesora e investigadora de la Carrera de Ciencias de la Educación de la Facultad de Filosofía y Letras y de Psicología de la UBA. Profesora a cargo de la materia Autoridad Pedagógica y el taller Escuela y Violencia del Instituto del Profesorado Joaquín V González. Autora de numerosas publicaciones relacionadas con la constitución de subjetividad, la educación y la autoridad pedagógica, entre otras: La autoridad (pedagógica) en cuestión, de Ed. Homo Sapiens; El espacio político, de Ed. Prometeo y Emancipación, educación y autoridad, de Ed. Noveduc.
[2] Dice Segato que la pedagogía de la crueldad  son “todos los actos y prácticas que enseñan, habitúan y programan a los sujetos a transmutar lo vivo y la vitalidad en cosas” (2018: 13)
[3] Joseph Jacotot fue un pedagogo francés del siglo XIX, extraño y polémico, quien a partir de una experiencia casual en la que enseñó francés a alumnos holandeses, sin lengua en común para comunicarse, advirtió que podía enseñar lo que no sabía a partir de un texto escrito en los dos idiomas y de un conjunto de palabras dichas. Desde allí se dedicó a enseñar diferentes temas que ignoraba afirmando que “se puede enseñar lo que se ignora si se emancipa al alumno”.
[4] Dice Han: “A partir del Big Data es posible construir no solo el Psicoprograma individual sino el Psicoprograma colectivo, quizás incluso el Psicoprograma del inconsciente, de este modo sería posible iluminar y explotar a la psique hasta el inconsciente” (Han, 2014, p. 21).
[5] Cuando Jacotot enseña, presenta la “cosa en común” y pregunta: “¿qué ves?, ¿qué piensas?, ¿qué haces?” (Rancière, 2003)

viernes, 7 de junio de 2019

CONTRIBUCIONES - Adrián Liberman


CUANDO LA GEOGRAFÎA DEJA DE SER FRONTERA
Adrián Liberman 
Sociedad Psicoanalìtica de Caracas


“Los amigos del barrio pueden desaparecer,
Los cantores de radio pueden desaparecer.
Los que estàn en los diarios pueden desaparecer,
La persona que amas puede desaparecer”
Charly Garcìa, “Los Dinosaurios”


1.- La geografìa polìtica, la existencia de paìses y naciones relativamente estables en el tiempo, impregnò el primer siglo de la pràctica del psicoanàlisis, permitiò la posibilidad de trazar lìmites fijos, derivados tanto de la relativa invariabilidad de los modelos tècnicos para ello, como por algunas caracterìsticas del “donde” para ello. Aunque existieron convulsiones polìticas, tales como las dos Guerras Mundiales, y flujos migratorios de diversa ìndole, ser practicante del psicoanàlisis se enmarcaba dentro de un escenario comùn para analista y analizante, denominado “paìs”. La estabilidad de las instituciones y los grados de libertad en la circulaciòn de las ideas creaban una vivencia de marco invariante para regular la pràctica del psicoanàlisis y los vìnculos entre sus practicantes. La geografìa era frontera y lubricante simultàneamente. Propongo una versiòn de la geografìa que abarca no solo los hitos fìsicos, como de orden cultural, social, econòmico que distinguen un paìs de otro. Por razones personales tomarè el proceso de licuefacciòn  de Venezuela, y algunos de los “como” de su rarificaciòn geogràfica permiten pensar lugares de ello como frontera en la pràctica del psicoanàlisis. Como la deriva de una Naciòn hacia un espacio opaco disfuncional para sostener la vida humana es una interpelaciòn de la geografìa en su funciòn de lìmite...

2.- Paìs es un significante polisèmico, como todos, pero que hace referencia a una acepciòn de un objeto comùn, una construcciòn de lo imaginario que alude a una relativa invarianza, que inscribe culturalmente y polìticamente la forma en que la cura y su direcciòn se enmarcan. Es una referencia destinada a hacerse “sorda”, un “ruido blanco”, trasfondo que en la vivencia de ser compartido por ambos miembros de la dupla, permite un lazo de mutuo reconocimiento sobre el cual resaltarà lo idiosincràtico del discurso inconciente de cada quièn. Sirve de punto cardinal para marcar los “adentro” y “afuera” que luego puede que se revelen inanes.

3.- Con sus particularidades que impregnan los usos del lazo social, a la comunalidad linguìstica, a los juegos de espejos de las identificaciones y los aspectos imaginarios de la transferencia, el “paìs” brinda (o brindaba) la experiencia de un objeto comùn, una suerte de conjunto de señales fijas, que permitìan la vivencia de ser iguales (en tanto habitantes y ciudadanos) del goce de derechos equivalentes y a la par, permitir la emergencia de lo ùnico, agalmàtico en cada quien, a lo largo de la travesìa analìtica.

4.- Pero ademàs, la constancia de ese referente, ademàs de funcionar como nivel de encuadre, permitìa generalmente la vivencia del anàlisis como un espacio imposible de ser penetrado, sacudido por variaciones provenientes de àmbitos sociales, econòmicos, y especialmente geogràficos, denotando una “constancia” particularmente valorada. Las nociones que establecìan paralelos entre el ùtero materno y el consultorio analìtico, escenario de regresiones, puestas en escena de deconstrucciones de todo orden y emergencias de fantasmas inconcientes, contaba con la seguridad que, terminada la sesiòn, el paìs y el “orden” persistìan, El paìs existìa antes y despuès de la sesiòn analìtica. Se “entraba” a sesiòn y se “salìa” al paìs al terminar. Los tèrminos culturales del encuadre que reglaban el vìnculo casi nunca eran sacudidos por cataclismos que implicasen una transformaciòn catastròfica de los màrgenes de referencias vitales compartidas.

5.- Dentro de contextos asì, podìa establecerse una categorizaciòn rìgida entre el “adentro” y el “afuera”, lo pùblico y lo privado, lo individual y lo colectivo. Los practicantes del psicoanàlisis podìan perfectamente discurrir dentro de una pràctica donde las alusiones a otras esferas eran reconducidas, a veces de manera dogmàtica, a metàforas del mundo pulsional del analizante. En medio de estas invarianzas, era imposible figurarse que la calle irrumpiera dentro de la controlada calma de los consultorios. Generalmente se contaba con membranas que filtraban la emergencia del caos, puesta en la convicciòn de la permanencia en el tiempo del “paìs” y sus reglas.

6.- En contraste a todo lo anterior, la deriva disolvente de Venezuela como marco estable de un Estado de Derecho, su entropìa creciente conducente a ser un Estado Fallido, introducen algunas consideraciones a hacer. Puntuaciones atinentes a ser venezolano y practicante del psicoanàlisis. Y tambièn a preguntarse a la funciòn de frontera, lìmite, que la nociòn de paìs tiene para la escucha del inconciente:
.- Lo pùblico y lo privado perdieron su valor de absolutos. Los acontecimientos, en su intensidad como en su frecuencia, el caràcter disolvente de derechos y libertades de todo orden, fue haciendo de las paredes de los consultorios, membranas porosas. Con la interpenetraciòn creciente de los òrdenes de vivencia y reflexiòn posibles en analistas y analizantes, el marco comùn dejò de ser “sordo” para hacerse a veces “ensordecedor”. Una nueva topologìa surgiò sin aviso previo, donde ràpidamente se podìa pasar de estar “dentro” a estar “afuera”, cual cinta de de Moebius.
.- El “paìs”, en la acepciòn de objeto comùn mencionada anteriormente, reclamò, y no siempre recibiò, palabras que invistieran los sucesos de una lògica que permitiera ser elaborados y no solo pasajes al acto, desmantelamiento puro de las verdades sostenidas.Sùbitamente,  los analistas fueron interpelados por analizantes en lo individual y como miembros de instituciones cientìficas en lo gremial  por un otro que sentìa constantemente a la red que lo sostenìa, desanudarse. Ese otro interpelaba al analista en su intersecciòn de practicante del inconciente y de ciudadano. Es decir, apelando a esa dimensiòn de geografìa comùn, de gentilicio compartido, de rol ciudadano asumido (o por asumir) para entender la locura corriente que arropaba a todos. El paso del sillòn, o el divàn  a la plaza pùblica y viceversa se convirtiò en marca de ciudadanìa. O de falta de ella…
El significante “situaciòn-paìs” se hizo una condensaciòn del grado de malestar compartido entre ciudadanos, metonimia difìcil de desentrañar de la demanda de sentir que “se comparte el mismo bote” aunque en remos distintos..
.- La geografìa, como conjunto de convenciones acerca de lugares, deudas y derechos, se difuminò, hasta dejar de ser frontera vàlida, referente constante, para hacerse relativismo, un “todo vale” en su versiòn ominosa que “nada vale” ni hoy, ni mañana.
.- La economìa del paìs, en su vertiente de hiperinflaciòn, de depresiòn, de pulverizaciòn de la moneda puso en jaque que los referentes entre precio y valor del trabajo analìtico tuvieran sentido por màs de 24 horas. La precarizaciòn del trabajo aboliò pretendidas certezas provenientes del ejercicio analìtico o de su ausencia.
.- Aspectos marginales en marcos civilizados, tales como disponibilidad de agua corriente, luz elèctrica, combustible etc. dejaron de ser parte del “mapa” para hacerse mòviles, aleatorios, condicionantes de aspectos tales como frecuencia de las sesiones, lugar de las mismas, duraciòn. La licuefacciòn de la realidad lleva a la irrupciòn de lo Real, lo impensado en un procedimiento diseñado para ser brùjula, artefacto orientador para la experiencia en la bùsqueda de la verdad de cada quièn….
.- La disoluciòn geogràfica tambièn incide en los lìmites en las formas que analistas e Instituciones analìticas se ponen en relaciòn. Imposibilidad de cumplir con calendarios de actividades, seminarios, contar con electricidad, Internet, transporte, producen “exilios” temporales o definitivos entre analistas y sociedades, candidatos y profesores, instituciones y el marco social en el que se insertan.

7.- En el proceso de rarificaciòn de la geografìa, de nebulizaciòn de un paìs como escenografìa fija, los procesos de migraciòn, tanto de analistas como de analizantes reclama un estatuto propio. Los medios de comunicaciòn digitales permiten la pervivencia de un proceso analìtico donde antes ambos cuerpos y mentes, coincidìan en tiempo y espacio nacional. Hoy puede hacerse abstracciòn de ello, al menos en lo material, pero las cuerdas de la identidad imaginaria a un sustrato comùn siguen siendo necesarias. Los mapas polìticos pueden pasar a ser catàlogos de nombres sin funcionalidad concreta ninguna, pero la geografìa hecha de la nociòn de identificaciones compartidas no puede abandonarse.

8.- Mientras la globalizaciòn y la digitalizaciòn apuntarìan un cosmopolitismo que prescinda de las marcas de las nacionalidades, tanto para conducir un anàlisis como para inscribirse en el marco de sociedades psicoanalìticas, las geografìas insisten en hacer borde, frontera para ello.

9.- En tiempos de nacionalismos exacerbados, las vallas erigidas por los narcicismos son las aduanas màs difìciles de evadir…

Miami, mayo 2019.




lunes, 3 de junio de 2019

CONTRIBUCIONES - Ricardo Avenburg


LAS FRONTERAS EN PSICOANÁLISIS (CONSIDERACIONES METAPSICOLÓGICAS)
Ricardo Avenburg


       El término frontera remite a los límites de un estado, o sea a consideraciones geográficas y, por lo tanto, a los límites de una superficie. En relación al psicoanálisis apunta especialmente a una tópica más que a las consideraciones económicas y dinámicas.

          Pero antes de llegar a la topografía psíquica partamos de la frontera entre lo inorgánico y lo orgánico. Como dice Freud en “Más allá del principio del placer” la vida surge cuando, a consecuencia de circunstancias meteorológicas que no conocemos, sobre la superficie de lo inorgánico aparece la primera célula viviente. Trabajando Freud con la hipótesis de que los instintos son conservadores la tendencia de la primera célula fue retornar a lo inorgánico, expresión de un instinto de muerte. Pero, en tanto las circunstancias meteorológicas se mantuvieron, fueron apareciendo nuevas células y acá surge el instinto de vida: la tendencia, en tanto conservadora, a volver a la unidad originaria de la vida, instinto al que llamó Eros. A partir de ese momento ambos  instintos entraron en una dialéctica: viviendo se muere y en tanto se muere se vive. Dentro de esta frontera (no psicológica) se va desarrollando la vida. Cada nuevo nivel de organización establece una nueva frontera, que convive con las anteriores.

       Al principio la reproducción se produce por división celular sin quedar residuos hasta que, en un momento más desarrollado de la vida, la reproducción se acompaña con la presencia de un individuo esencial para la misma.  Y se plantea la aparición de una dialéctica instintiva más desarrollada que presupone, supongo, infinidad de otras: el instinto que tiende a conservar al individuo,  instinto de autoconservación, diferenciado del instinto sexual, el de la conservación de la especie.

       Es un hecho aún no psicológico, pero es básico en la conceptualización del psicoanálisis por lo siguiente: el instinto de autoconservación no es desplazable a otros campos que los que cumplen directamente la acción específica; para la conservación de la vida del individuo es necesario respirar, alimentarse, defecar, etc. La meta final del instinto sexual es la relación sexual necesaria para la reproducción de la especie, pero si dejamos de lado esta meta, puede satisfacerse de modo desplazado.

      ¿Cómo se pasa la frontera de lo biológico para devenir un hecho psicológico? Con  la aparición, ante la exigencia del instinto, de la alucinación, que reproduce una primera satisfacción instintiva (ver Freud: “Proyecto para una psicología”). Al principio la alucinación satisface ambos instintos, que, con desarrollo ulterior, se van diferenciando. Con la primera alucinación desiderativa se establece el principio psicológico del placer-displacer, para mí, el primer principio psicológico (no sé si Freud diría lo mismo o si lo piensa ya a nivel biológico: en “Más allá del principio del placer” lo refiere presente ya en la ameba).

    Pero el principio del placer-displacer, para poder cumplirse, debe adecuarse a la realidad, o sea que ha de respetar esta nueva frontera dada por el principio de realidad (por supuesto que dejo de lado aquí cómo se satisfacen los instintos de los organismos de menos nivel de organización). En principio los que adecuarán las necesidades de los niños son los padres (o adultos en general).

         Esto se da hasta que aparece una nueva frontera: el yo. Primero el yo real primitivo, que empieza a diferenciar el mundo interior del exterior a través de la acción de la fuga del estímulo (si con la acción de fuga el estímulo deja de percibirse, es categorizado como exterior, de lo contrario, es interior). Tratando de integrar el yo con el principio de placer aparece la nueva frontera del “yo de placer purificado”, la proyección del displacer hacia el mundo exterior, nivel de reubicación de cada principio que termina corrigiéndose en esta nueva frontera que es “yo de realidad definitivo” en que el placer y el displacer dependen de otras condiciones que el de ser interior o exterior al organismo.

       Cada frontera es el pasaje de un nivel de integración psíquica (de representaciones y descargas motoras) en el que se desarrolla el lenguaje que, al principio se expresa en las descargas afectivas y poco a poco se va integrando, pasando por el animismo, al lenguaje de la palabra hablada (Prec. que se expresa en el lenguaje consciente).

      Hasta aquí, en cada frontera se desarrolla un nuevo nivel de aprendizaje. Pero todo esto es hasta un cierto punto. En el período de latencia aparece una frontera que no deja pasar ciertos deseos que son expresión de instintos muy básicos: se impone el tabú del incesto que hace que muchas representaciones no puedan desplegarse, hacerse conscientes, sufren una represión. Quiero aclarar: para represión, la palabra alemana que usa Freud es Verdrängung, que es muy difícil de traducir y que quiere decir: “sustitución y desplazamiento”. Se desplaza, se saca del lugar (de la tópica original) la imagen desiderativa sexual de la madre o del padre, y se sustituye por la amenaza de castración (en la mujer el miedo a la pérdida de amor) que genera terror y obliga a una regresión a las representaciones prohibidas que tratarán de expresarse por vías inconscientes (más allá de la palabra, no preconscientes) generando la disposición a la neurosis. ¡Por esta frontera no se puede pasar! ¿Y quién lo dice? En principio el padre que tiende a ser desplazado (y aniquilado) por el deseo incestuoso. Se establece aquí una frontera infranqueable ya recibida filogenéticamente, según la hipótesis de Freud, a partir del asesinato del padre de la horda primitiva, que devino en el superyo que impone el tabú del incesto y muchos otros tabúes que, en última instancia, están asociados a ese primer tabú.

          ¿Qué hacemos con eso? Acá aparece el psicoanálisis, descomponer los efectos de ese desplazamiento original para volver a colocar cada cosa en el lugar que le corresponde, hasta donde se pueda; pienso que el objetivo es la integración del yo con el ello y colocar cada mandato del superyo al servicio del yo y en relación con la realidad.