TRABAJANDO EN LAS FRONTERAS
"LOS ABORÍGENES" Y "LA GRINGA": APROXIMACIÓN A LAS FRONTERAS INTERCULTURALES DURANTE EL TRABAJO CON LOS/AS OTROS/AS
Dra. Cintia
N. Rosso
Introducción
En Argentina, Buenos Aires
puede representar una especie de frontera para las provincias “del interior”
(categoría interesante para pensar, ya que Buenos Aires entonces, ¿representaría
el exterior?). Otra frontera la constituyó el territorio de la actual provincia
de Chaco que fue históricamente concebido como un límite “a la civilización”,
como un desierto “sin nada” “ni nadie” (de ahí las famosas campañas de
exterminio y conquista de la generación de 1880 contra las poblaciones
indígenas). Luego de esa época continuó considerándose un espacio marginal de
donde se extraía el tanino de los quebrachos y, luego, sería el boom de los
cultivos de algodón. Actualmente es una de las provincias con mayor índice de pobreza
-32% de los pobres por ingresos a nivel nacional- (Diario Norte, 2019). Pero, ¿qué
y quienes habitan en ese otrora “desierto”? Pobladores indígenas, criollos e
inmigrantes que interactúan (o no) en diferentes niveles. Retazos de monte,
soja, glifosato, casas humildes, desnutrición, discriminación y violencias
silenciosas. Camionetas 4x4, cadenas de negocios en manos de pocas familias,
fiestas conmemorativas y fundacionales de las ciudades y pueblos (en muchos
lugares, una historia sin indígenas pues son invisibilizados en el pasado y en
la actualidad aunque vivan a unos metros, ya que la historia empieza con los colonos
inmigrantes).
Era
el año 2008, estábamos por ingresar a la comunidad indígena General Necochea (conocida
como Las Tolderías), no sabía a quienes y qué íbamos a encontrar, cómo nos iban
a recibir, todo esto me provocaba una mixtura de emociones (ansiedad, miedo,
alegría). Cuando llegamos a la vivienda del cacique vi algunas personas tomando
mate sentadas entre las casas, una de barro y paja y otra de ladrillo y chapa,
desconocidos/as que asentían a que, los dos integrantes del equipo que
estábamos allí, nos quedáramos en su casa. Antes de ese primer encuentro, pasé
por un proceso de construcción de la otredad que se fue constituyendo desde
lecturas bibliográficas hasta comentarios con otros investigadores que habían
estado trabajando en las comunidades a las que iría más tarde. Desde la mirada
de distintos círculos sociales me preguntaban si “los indios aún usaban plumas”
(una estudiante de la carrera de Psicología), con qué me iba a encontrar en el
territorio y demás preguntas y comentarios. Algunas de estas cuestiones podía
responder (ya no usan plumas) pero otras (qué encontrar, cómo me iba a sentir,
cómo iba a ser recibida) aún las desconocía y solo en la misma interacción las
iría descubriendo.
Fronteras de
género: la mujer itinerante
En
las sociedades indígenas chaqueñas la mujer estaba y, en parte está aún,
asociada generalmente al ámbito de lo privado. Cuando esto no pasa es mirada
como anómala, en especial, cuando no cumple con uno de los roles centrales
asignados a la condición femenina: la maternidad. En la provincia de Chaco
durante el trabajo de campo que se inicio en 2008 y continua hasta la
actualidad (aunque ahora con pobladores “criollos”) una mujer porteña que viaja
sola no es sólo anómala sino que se constituye en un tipo de mujer a la que los
hombres le pueden hacer propuestas que no le harían a otras mujeres
(conductores que entregan sus números de celulares para contactos posteriores,
viajantes que se ofrecen a llevar en auto a otras ciudades, ofrecimientos de
compañía en horarios extraños o a caminar a zonas poco pobladas). Una mujer sin
compañero es un ser insólito, casi inconcebible. Si no es nativa del lugar lo
primero que se piensa es que se trata de una misionera religiosa -aunque estas generalmente
no van solas, pues van con sus maridos o con alguna compañera- y, como segunda
opción, una docente. Sin embargo, a veces aparecen en escena, la anomalía de
las anomalías, las científicas. Estas representamos lo más alejado del
prototipo femenino ya que nos dedicamos a interactuar y a preguntar a
desconocidos y, en muchas ocasiones, vamos a hacer trabajo de campo solas y relegamos
nuestra función reproductiva a edades más avanzadas.
Por
esta razón, la maternidad implicó la frontera cultural más clara, en tanto, que
no se podía entender cómo una mujer de 30 años no tuviera hijos/as. Esta
situación era cuestionada frecuentemente –en especial por las mujeres- y, al no
conseguir una respuesta satisfactoria, se me repreguntaba insistentemente sobre
el tema. En especial les llamaba la atención que tenía pareja pero no hijos por
lo que no encajaba con el tipo “solterona”. Incluso hubo un cambio de mirada
sobre mi persona luego de mi maternidad, ya que deje de ser un ser anómalo para
convertirme en una mujer completa.
Fronteras
socio-económicas
Las
fronteras pueden ser simétricas o asimétricas, en y entre ellas se puede ejercer
el poder. El poder entendido desde una perspectiva foucaultiana como una
relación de fuerzas, como acciones que se realizan sobre otras acciones para
interferir con ellas. El poder circula, se ejerce, se trata de una relación, no
sólo represiva sino que incita, suscita, produce. El poder se ejerce en red y,
en ella, los individuos no sólo circulan, sino que los sufren y también lo
ejercen. El poder transita por los individuos (Foucault, [1976] 2001).
La población indígena es uno
de los grupos económicamente más pobres y cuyos derechos se encuentran vulnerados.
Esta asimetría socio-económica es profundizada por algunas personas que ejercen
violencia de diferente tipo a través de las instituciones de las que forman
parte. Esta violencia en el ejercicio del poder se observa en el caso de algunos
empleados públicos que robaban las leches y otros artículos de las cajas con
alimentos otorgadas a los indígenas que luego eran vendidos en otros lugares
(como Paraguay), en docentes que se quedan con la ropa que la gente de otros
sitios envía como donaciones para los/as alumnos/as de las escuelas rurales, en
la mirada cuestionadora y discriminatoria por parte de los empleados cuando las
personas indígenas entraban a ciertos lugares públicos como locutorios o bares.
En esas instancias las fronteras se hacen claramente asimétricas y compactas y
es necesario que algo de afuera las haga más porosas. A veces funciona nuestra
propia presencia para ayudar a franquear esos límites.
Entre
estas asimetrías, la contraprestación dada a mis colaboradores también representó
una frontera tangible. Algunas de las personas que trabajan en etnobotánica
pagan dinero por las entrevistas y las caminatas etnobotánicas como si fueran
horas de trabajo, mientras que los/as antropólogos/as prefieren llevarle a la
gente mercaderías o algún presente. A pedido de uno de los investigadores que
me ayudó a ingresar a la comunidad me incliné por la segunda opción. Lo que más
comúnmente sucedía, luego de que se fuera generando el lazo con las personas,
era el pedido de objetos específicos (zapatillas, ropa, computadoras y, en
especial, medicamentos). Sin embargo, en algunas comunidades me solicitaron explícitamente
dinero. Esto fue un problema porque los lazos de parentesco cruzan las
comunidades y temía que la gente pudiera sentirse incómoda con el hecho de que
a algunos les hubiera pagado y a otros no. Estos requerimientos de dinero muchas
veces tienen origen en la conceptualización que algunos poseen sobre los/as
porteños/as, se supone que poseemos bastante dinero y nos encontramos en un
buen pasar económico, tenemos vehículos tipo 4x4 (asimilándonos a los criollos
y gringos que se encuentran más arriba en la escala socioeconómica de la zona) y
que con los datos que recabamos en las entrevistas nuestros ingresos van a
aumentar astronómicamente. Estas consideraciones contrastaban bastante con mi
situación en el momento de inicio de la investigación donde era becaria (con la
inestabilidad laboral que esto significa), vivía (y vivo) en Lugano uno de los
barrios más pobres de CABA y ni siquiera tenía una bici para movilizarme
(situación que continúa igual). Esto condicionaba mucho lo que se esperaba de
mí y, muchas veces, no pude entrevistar a la gente o no pude cumplir con los
requerimientos que me pedían (por ejemplo, una computadora o medicamentos).
Fronteras
identitarias
Siguiendo a Briones (1998: 91) las identidades “son suturas contextuales, articulaciones de las muy distintas subjetividades inscriptas por relaciones que repercuten sobre diversas dimensiones de lo social”. En este caso, ¿podemos hablar de “identidades impuestas”?, yo ¿la blanca?, ¿la gringa?, ¿la doqoshi?, ellos/as ¿los indígenas, los aborígenes, los pertenecientes a los pueblos originarios? Ellos y ellas se encuentran en pleno proceso de visibilización desde la década de los ´80 (Citro, 2006), luchando por sus derechos y por los territorios de los cuales los han ido desplazando. Yo me estaba iniciando en los caminos de la investigación de campo en la especialidad de la etnobotánica (el estudio de cómo un determinado grupo humano se relaciona con su entorno vegetal).
Me llamaban “la gringa”, es
decir, descendiente de inmigrantes (en mi caso de españoles e italianos y también
de sirio-libaneses), me preguntaban por los orígenes de mi apellido. Los
inmigrantes junto con los criollos son quienes les han sacado los territorios y
son los miembros mejor situados en las jerarquías socio-económicas y políticas de
la sociedad hegemónica en los municipios en donde viven. Según Alejandro López
(2009), un especialista en etnoastronomía moqoit, el término refiere a “los/as
blancos/as”, sin embargo al referirse a mí en español me decían “gringa”,
“gringuita”. Por supuesto, yo no me autoadscribiría nunca dentro de la
categoría “gringa” aunque probablemente si podría sentirme incorporada en el
conjunto de los/as blanco/as según como se definan. Como indican Katzer y
Morales (2009) “en el contacto entre investigador y los actores indígenas,
preexiste, coexiste y prevalece un contexto histórico global marcado por la
dominación del “blanco” sobre los “no blancos””. Esta situación estuvo presente
en varios momentos de la investigación y generaba tensiones entre mis
colaboradores y yo como las mencionadas más arriba, donde se tenían ciertas
expectativas sobre mí y mi condición económica que yo no podía cubrir.
Otra cuestión que aparecía
frecuentemente durante las charlas y entrevistas era mi identidad porteña. Si
bien no estaba explicitada la categoría de “porteña”, el pertenecer a la ciudad
capital tenía una implicancia implícita (violencia, ruido y dinero como mencioné
anteriormente). En muchas ocasiones se resaltaba lo narrado en los noticieros
sobre los delitos y el hacinamiento de gente que sufrimos en la capital. También
se indicaban comportamientos considerados negativos de personas que han ido
previamente a las comunidades: “Vienen, se van y después no vuelven” (JCM). En
cada comunidad y según quien fuera el contacto por el cual llegaba iban
cambiando las dinámicas.
La
(de)construcción de fronteras
Para
poder constituirme en una persona específica, “Cintia”, más allá de la
categoría asignada (gringa, blanca, antropóloga, la “no madre”, etc.) fui
sometida a extensas preguntas sobre mi vida privada (lugar de procedencia,
maternidad, pareja, familia de origen, entre otras). Incluso pase a ser
“adoptada” como parte de una de las familia que me dejaron quedarme en su
hogar.
La construcción sobre mi
persona por no ser madre, que había sido todo un cuestionamiento en los inicios
de mi trabajo de campo, se hizo añicos cuando unos años después volví a la
comunidad habiendo tenido un hijo. Inclusive me permitió relacionarme de otra
manera con las mujeres y abordar otros temas. Como profesionales que trabajamos
con gente, se generan vínculos que van tornando las relaciones con el correr
del tiempo. Con muchas de las personas con las que trabajé mantengo una
relación de amistad, con otras vínculos amistosos, con otras hemos perdido el
contacto y otras ya no están en este plano existencial. Pero el impacto que
esas personas tuvieron para mí y yo para ellas perdura. No fui la misma desde
que empecé a ir al Chaco por haber conocido a los/as que fueron mis
colaboradores/as y cada vez que iba ellos se acordaban de cosas que habían
pasado años anteriores, muchas veces rememoraban sucesos con otros
investigadores que también habían trabajado con ellos.
Lo que observé es que no es
solo la permanencia y la constancia en el lugar lo que hace que las fronteras
se crucen y se transformen, sino la mirada que una tiene. Hay personas del
lugar que no saben que hay gente indígena viviendo en la periferia del pueblo o
ciudad a unos pasos de ellos; así como hay docentes que ni siquiera saben que
tienen niños y niñas indígenas en el aula y, por supuesto, estas posturas se
ven reflejadas tanto en el contenido curricular como en los recursos
utilizados. También está la otra cara donde hay gente que se interesa por
los/as otros/as, trata de ayudar para que estén mejor, hay docentes y
directores de escuela que (re)conocen la otredad de los/as niños/as que están
en sus escuelas cada día y buscan que esa identidad se reconozca y se
revalorice en las aulas y fuera de ellas. Lo que no se visualiza no existe, por
eso es necesario visibilizar al otro y adentrarnos más allá de nuestras
fronteras.
Consideraciones Finales
Podemos comprender como somos
moldeados/as por la sociedad, el grupo socioeconómico, la identidad, el género,
los roles impuestos o asumidos, pero ¿qué nos pasa cuando somos interpelados/as
explicita o implícitamente por las personas a las que nosotros solemos
preguntar, escuchar, observar? No sólo es parte de la pregunta que nos
interpela a los que trabajamos con colectivos sociales como los antropólogos,
los sociólogos sino a aquellos que trabajan con los individuos ya sean psicólogos,
médicos u otros profesionales. A la inversa, quienes trabajamos con grupos
debemos tener en cuenta los caminos individuales, los itinerarios personales
más allá de lo que la sociedad pueda modelar. No son preguntas nuevas, pero
considero que es necesario recordarlas en el ejercicio de nuestras profesiones
para mantenernos atentos y lograr un puente intercultural-subjetivo. Cada tanto
sería conveniente ver si nuestras fronteras se movieron, migraron, cayeron o se
reforzaron en nuestro proceso de devenir profesional.
Bibliografía
- Briones, Claudia. 1998. La alteridad del “Cuarto mundo”. Una deconstrucción antropológica de la diferencia. Ediciones del Sol, Buenos Aires.
- Citro, Silvia. 2006. Tácticas de invisibilización y estrategias de resistencia de los mocoví santafesinos en el contexto postcolonial. Indiana 26: 139 – 170.
- Diario Norte. 2019. El Chaco y Corrientes subieron y están en el podio de la pobreza. Noticia del 29 de marzo de 2019. Disponible en: http://www.diarionorte.com/article/177520/el-chaco-y-corrientes-subieron-y-estan-en-el-podio-de-la-pobreza
- Foucault, Michel. [1976] 2001Defender la sociedad. Curso en el Collège de France (1975-1976). Fondo de Cultura Económica, Argentina.
- Katzer. L. y G. Morales. 2009. Situaciones de comunicación: reflexiones en torno a experiencias de campo. Oficios Terrestres 24:151-161.
- López, A. 2009. La Virgen, el Árbol y la Serpiente. Cielos e identidades en las comunidades mocovíes del Chaco. Tesis de Ph.D., no publicada. Universidad de Buenos Aires.
Resumen
Una frontera nos presenta
dos opciones detenernos ante ella o buscar la forma de avanzar más allá de la
irrupción que nos supone. Muchas veces estos límites son invisibles, pero tan
fuertes como aquellos que se ven y se palpan, podemos sentir, percibir y pensar
que nos protegen, nos enmarcan, nos limitan o nos permiten crecer. Cuando nuestro
trabajo se nutre en la interacción con otros individuos, las fronteras con las
que nos topamos son múltiples. Pueden separarnos espacios delimitados de
género, socioeconómicos, culturales, étnicos, entre otros. Para lograr un
diálogo donde la otredad no se constituya en una frontera inamovible, sino que
se convierta en un desafío se deben negociar construcciones propias y ajenas
que permitan un devenir intersubjetivo-cultural que lleven a un entendimiento y
un trabajo construido desde el respeto a las diferencias. El objetivo de este
trabajo es plantear los interrogantes y los desafíos que surgieron durante el
devenir intercultural a partir del trabajo de campo propio con los indígenas
moqoit de la provincia argentina de Chaco para reflexionar sobre las fronteras
reducidas o extensas que nos supone a todos/as aquellos/as que trabajamos con
otras personas.
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