viernes, 6 de septiembre de 2019

TRABAJOS LIBRES - Cintia Rosso


TRABAJANDO EN LAS FRONTERAS
"LOS ABORÍGENES" Y "LA GRINGA": APROXIMACIÓN A LAS FRONTERAS INTERCULTURALES DURANTE EL TRABAJO CON LOS/AS OTROS/AS

Dra. Cintia N. Rosso




Introducción

En Argentina, Buenos Aires puede representar una especie de frontera para las provincias “del interior” (categoría interesante para pensar, ya que Buenos Aires entonces, ¿representaría el exterior?). Otra frontera la constituyó el territorio de la actual provincia de Chaco que fue históricamente concebido como un límite “a la civilización”, como un desierto “sin nada” “ni nadie” (de ahí las famosas campañas de exterminio y conquista de la generación de 1880 contra las poblaciones indígenas). Luego de esa época continuó considerándose un espacio marginal de donde se extraía el tanino de los quebrachos y, luego, sería el boom de los cultivos de algodón. Actualmente es una de las provincias con mayor índice de pobreza -32% de los pobres por ingresos a nivel nacional- (Diario Norte, 2019). Pero, ¿qué y quienes habitan en ese otrora “desierto”? Pobladores indígenas, criollos e inmigrantes que interactúan (o no) en diferentes niveles. Retazos de monte, soja, glifosato, casas humildes, desnutrición, discriminación y violencias silenciosas. Camionetas 4x4, cadenas de negocios en manos de pocas familias, fiestas conmemorativas y fundacionales de las ciudades y pueblos (en muchos lugares, una historia sin indígenas pues son invisibilizados en el pasado y en la actualidad aunque vivan a unos metros, ya que la historia empieza con los colonos inmigrantes).

Era el año 2008, estábamos por ingresar a la comunidad indígena General Necochea (conocida como Las Tolderías), no sabía a quienes y qué íbamos a encontrar, cómo nos iban a recibir, todo esto me provocaba una mixtura de emociones (ansiedad, miedo, alegría). Cuando llegamos a la vivienda del cacique vi algunas personas tomando mate sentadas entre las casas, una de barro y paja y otra de ladrillo y chapa, desconocidos/as que asentían a que, los dos integrantes del equipo que estábamos allí, nos quedáramos en su casa. Antes de ese primer encuentro, pasé por un proceso de construcción de la otredad que se fue constituyendo desde lecturas bibliográficas hasta comentarios con otros investigadores que habían estado trabajando en las comunidades a las que iría más tarde. Desde la mirada de distintos círculos sociales me preguntaban si “los indios aún usaban plumas” (una estudiante de la carrera de Psicología), con qué me iba a encontrar en el territorio y demás preguntas y comentarios. Algunas de estas cuestiones podía responder (ya no usan plumas) pero otras (qué encontrar, cómo me iba a sentir, cómo iba a ser recibida) aún las desconocía y solo en la misma interacción las iría descubriendo.

Fronteras de género: la mujer itinerante

       En las sociedades indígenas chaqueñas la mujer estaba y, en parte está aún, asociada generalmente al ámbito de lo privado. Cuando esto no pasa es mirada como anómala, en especial, cuando no cumple con uno de los roles centrales asignados a la condición femenina: la maternidad. En la provincia de Chaco durante el trabajo de campo que se inicio en 2008 y continua hasta la actualidad (aunque ahora con pobladores “criollos”) una mujer porteña que viaja sola no es sólo anómala sino que se constituye en un tipo de mujer a la que los hombres le pueden hacer propuestas que no le harían a otras mujeres (conductores que entregan sus números de celulares para contactos posteriores, viajantes que se ofrecen a llevar en auto a otras ciudades, ofrecimientos de compañía en horarios extraños o a caminar a zonas poco pobladas). Una mujer sin compañero es un ser insólito, casi inconcebible. Si no es nativa del lugar lo primero que se piensa es que se trata de una misionera religiosa -aunque estas generalmente no van solas, pues van con sus maridos o con alguna compañera- y, como segunda opción, una docente. Sin embargo, a veces aparecen en escena, la anomalía de las anomalías, las científicas. Estas representamos lo más alejado del prototipo femenino ya que nos dedicamos a interactuar y a preguntar a desconocidos y, en muchas ocasiones, vamos a hacer trabajo de campo solas y relegamos nuestra función reproductiva a edades más avanzadas.

          Por esta razón, la maternidad implicó la frontera cultural más clara, en tanto, que no se podía entender cómo una mujer de 30 años no tuviera hijos/as. Esta situación era cuestionada frecuentemente –en especial por las mujeres- y, al no conseguir una respuesta satisfactoria, se me repreguntaba insistentemente sobre el tema. En especial les llamaba la atención que tenía pareja pero no hijos por lo que no encajaba con el tipo “solterona”. Incluso hubo un cambio de mirada sobre mi persona luego de mi maternidad, ya que deje de ser un ser anómalo para convertirme en una mujer completa.

Fronteras socio-económicas

          Las fronteras pueden ser simétricas o asimétricas, en y entre ellas se puede ejercer el poder. El poder entendido desde una perspectiva foucaultiana como una relación de fuerzas, como acciones que se realizan sobre otras acciones para interferir con ellas. El poder circula, se ejerce, se trata de una relación, no sólo represiva sino que incita, suscita, produce. El poder se ejerce en red y, en ella, los individuos no sólo circulan, sino que los sufren y también lo ejercen. El poder transita por los individuos (Foucault, [1976] 2001).

La población indígena es uno de los grupos económicamente más pobres y cuyos derechos se encuentran vulnerados. Esta asimetría socio-económica es profundizada por algunas personas que ejercen violencia de diferente tipo a través de las instituciones de las que forman parte. Esta violencia en el ejercicio del poder se observa en el caso de algunos empleados públicos que robaban las leches y otros artículos de las cajas con alimentos otorgadas a los indígenas que luego eran vendidos en otros lugares (como Paraguay), en docentes que se quedan con la ropa que la gente de otros sitios envía como donaciones para los/as alumnos/as de las escuelas rurales, en la mirada cuestionadora y discriminatoria por parte de los empleados cuando las personas indígenas entraban a ciertos lugares públicos como locutorios o bares. En esas instancias las fronteras se hacen claramente asimétricas y compactas y es necesario que algo de afuera las haga más porosas. A veces funciona nuestra propia presencia para ayudar a franquear esos límites.

Entre estas asimetrías, la contraprestación dada a mis colaboradores también representó una frontera tangible. Algunas de las personas que trabajan en etnobotánica pagan dinero por las entrevistas y las caminatas etnobotánicas como si fueran horas de trabajo, mientras que los/as antropólogos/as prefieren llevarle a la gente mercaderías o algún presente. A pedido de uno de los investigadores que me ayudó a ingresar a la comunidad me incliné por la segunda opción. Lo que más comúnmente sucedía, luego de que se fuera generando el lazo con las personas, era el pedido de objetos específicos (zapatillas, ropa, computadoras y, en especial, medicamentos). Sin embargo, en algunas comunidades me solicitaron explícitamente dinero. Esto fue un problema porque los lazos de parentesco cruzan las comunidades y temía que la gente pudiera sentirse incómoda con el hecho de que a algunos les hubiera pagado y a otros no. Estos requerimientos de dinero muchas veces tienen origen en la conceptualización que algunos poseen sobre los/as porteños/as, se supone que poseemos bastante dinero y nos encontramos en un buen pasar económico, tenemos vehículos tipo 4x4 (asimilándonos a los criollos y gringos que se encuentran más arriba en la escala socioeconómica de la zona) y que con los datos que recabamos en las entrevistas nuestros ingresos van a aumentar astronómicamente. Estas consideraciones contrastaban bastante con mi situación en el momento de inicio de la investigación donde era becaria (con la inestabilidad laboral que esto significa), vivía (y vivo) en Lugano uno de los barrios más pobres de CABA y ni siquiera tenía una bici para movilizarme (situación que continúa igual). Esto condicionaba mucho lo que se esperaba de mí y, muchas veces, no pude entrevistar a la gente o no pude cumplir con los requerimientos que me pedían (por ejemplo, una computadora o medicamentos).

Fronteras identitarias

    Siguiendo a Briones (1998: 91) las identidades “son suturas contextuales, articulaciones de las muy distintas subjetividades inscriptas por relaciones que repercuten sobre diversas dimensiones de lo social”. En este caso, ¿podemos hablar de “identidades impuestas”?, yo ¿la blanca?, ¿la gringa?, ¿la doqoshi?, ellos/as ¿los indígenas, los aborígenes, los pertenecientes a los pueblos originarios? Ellos y ellas se encuentran en pleno proceso de visibilización desde la década de los ´80 (Citro, 2006), luchando por sus derechos y por los territorios de los cuales los han ido desplazando. Yo me estaba iniciando en los caminos de la investigación de campo en la especialidad de la etnobotánica (el estudio de cómo un determinado grupo humano se relaciona con su entorno vegetal).

Me llamaban “la gringa”, es decir, descendiente de inmigrantes (en mi caso de españoles e italianos y también de sirio-libaneses), me preguntaban por los orígenes de mi apellido. Los inmigrantes junto con los criollos son quienes les han sacado los territorios y son los miembros mejor situados en las jerarquías socio-económicas y políticas de la sociedad hegemónica en los municipios en donde viven. Según Alejandro López (2009), un especialista en etnoastronomía moqoit, el término refiere a “los/as blancos/as”, sin embargo al referirse a mí en español me decían “gringa”, “gringuita”. Por supuesto, yo no me autoadscribiría nunca dentro de la categoría “gringa” aunque probablemente si podría sentirme incorporada en el conjunto de los/as blanco/as según como se definan. Como indican Katzer y Morales (2009) “en el contacto entre investigador y los actores indígenas, preexiste, coexiste y prevalece un contexto histórico global marcado por la dominación del “blanco” sobre los “no blancos””. Esta situación estuvo presente en varios momentos de la investigación y generaba tensiones entre mis colaboradores y yo como las mencionadas más arriba, donde se tenían ciertas expectativas sobre mí y mi condición económica que yo no podía cubrir.

Otra cuestión que aparecía frecuentemente durante las charlas y entrevistas era mi identidad porteña. Si bien no estaba explicitada la categoría de “porteña”, el pertenecer a la ciudad capital tenía una implicancia implícita (violencia, ruido y dinero como mencioné anteriormente). En muchas ocasiones se resaltaba lo narrado en los noticieros sobre los delitos y el hacinamiento de gente que sufrimos en la capital. También se indicaban comportamientos considerados negativos de personas que han ido previamente a las comunidades: “Vienen, se van y después no vuelven” (JCM). En cada comunidad y según quien fuera el contacto por el cual llegaba iban cambiando las dinámicas.   

La (de)construcción de fronteras

          Para poder constituirme en una persona específica, “Cintia”, más allá de la categoría asignada (gringa, blanca, antropóloga, la “no madre”, etc.) fui sometida a extensas preguntas sobre mi vida privada (lugar de procedencia, maternidad, pareja, familia de origen, entre otras). Incluso pase a ser “adoptada” como parte de una de las familia que me dejaron quedarme en su hogar.

La construcción sobre mi persona por no ser madre, que había sido todo un cuestionamiento en los inicios de mi trabajo de campo, se hizo añicos cuando unos años después volví a la comunidad habiendo tenido un hijo. Inclusive me permitió relacionarme de otra manera con las mujeres y abordar otros temas. Como profesionales que trabajamos con gente, se generan vínculos que van tornando las relaciones con el correr del tiempo. Con muchas de las personas con las que trabajé mantengo una relación de amistad, con otras vínculos amistosos, con otras hemos perdido el contacto y otras ya no están en este plano existencial. Pero el impacto que esas personas tuvieron para mí y yo para ellas perdura. No fui la misma desde que empecé a ir al Chaco por haber conocido a los/as que fueron mis colaboradores/as y cada vez que iba ellos se acordaban de cosas que habían pasado años anteriores, muchas veces rememoraban sucesos con otros investigadores que también habían trabajado con ellos.

Lo que observé es que no es solo la permanencia y la constancia en el lugar lo que hace que las fronteras se crucen y se transformen, sino la mirada que una tiene. Hay personas del lugar que no saben que hay gente indígena viviendo en la periferia del pueblo o ciudad a unos pasos de ellos; así como hay docentes que ni siquiera saben que tienen niños y niñas indígenas en el aula y, por supuesto, estas posturas se ven reflejadas tanto en el contenido curricular como en los recursos utilizados. También está la otra cara donde hay gente que se interesa por los/as otros/as, trata de ayudar para que estén mejor, hay docentes y directores de escuela que (re)conocen la otredad de los/as niños/as que están en sus escuelas cada día y buscan que esa identidad se reconozca y se revalorice en las aulas y fuera de ellas. Lo que no se visualiza no existe, por eso es necesario visibilizar al otro y adentrarnos más allá de nuestras fronteras.  

Consideraciones Finales

          Podemos comprender como somos moldeados/as por la sociedad, el grupo socioeconómico, la identidad, el género, los roles impuestos o asumidos, pero ¿qué nos pasa cuando somos interpelados/as explicita o implícitamente por las personas a las que nosotros solemos preguntar, escuchar, observar? No sólo es parte de la pregunta que nos interpela a los que trabajamos con colectivos sociales como los antropólogos, los sociólogos sino a aquellos que trabajan con los individuos ya sean psicólogos, médicos u otros profesionales. A la inversa, quienes trabajamos con grupos debemos tener en cuenta los caminos individuales, los itinerarios personales más allá de lo que la sociedad pueda modelar. No son preguntas nuevas, pero considero que es necesario recordarlas en el ejercicio de nuestras profesiones para mantenernos atentos y lograr un puente intercultural-subjetivo. Cada tanto sería conveniente ver si nuestras fronteras se movieron, migraron, cayeron o se reforzaron en nuestro proceso de devenir profesional. 


Bibliografía

  • Briones, Claudia. 1998. La alteridad del “Cuarto mundo”. Una deconstrucción antropológica de la diferencia. Ediciones del Sol, Buenos Aires. 
  • Citro, Silvia. 2006. Tácticas de invisibilización y estrategias de resistencia de los mocoví santafesinos en el contexto postcolonial. Indiana 26: 139 – 170. 
  • Diario Norte. 2019. El Chaco y Corrientes subieron y están en el podio de la pobreza. Noticia del 29 de marzo de 2019. Disponible en: http://www.diarionorte.com/article/177520/el-chaco-y-corrientes-subieron-y-estan-en-el-podio-de-la-pobreza
  • Foucault, Michel. [1976] 2001Defender la sociedad. Curso en el Collège de France (1975-1976). Fondo de Cultura Económica, Argentina. 
  • Katzer. L. y G. Morales. 2009. Situaciones de comunicación: reflexiones en torno a experiencias de campo. Oficios Terrestres 24:151-161. 
  • López, A. 2009. La Virgen, el Árbol y la Serpiente. Cielos e identidades en las comunidades mocovíes del Chaco. Tesis de Ph.D., no publicada. Universidad de Buenos Aires.

Resumen

Una frontera nos presenta dos opciones detenernos ante ella o buscar la forma de avanzar más allá de la irrupción que nos supone. Muchas veces estos límites son invisibles, pero tan fuertes como aquellos que se ven y se palpan, podemos sentir, percibir y pensar que nos protegen, nos enmarcan, nos limitan o nos permiten crecer. Cuando nuestro trabajo se nutre en la interacción con otros individuos, las fronteras con las que nos topamos son múltiples. Pueden separarnos espacios delimitados de género, socioeconómicos, culturales, étnicos, entre otros. Para lograr un diálogo donde la otredad no se constituya en una frontera inamovible, sino que se convierta en un desafío se deben negociar construcciones propias y ajenas que permitan un devenir intersubjetivo-cultural que lleven a un entendimiento y un trabajo construido desde el respeto a las diferencias. El objetivo de este trabajo es plantear los interrogantes y los desafíos que surgieron durante el devenir intercultural a partir del trabajo de campo propio con los indígenas moqoit de la provincia argentina de Chaco para reflexionar sobre las fronteras reducidas o extensas que nos supone a todos/as aquellos/as que trabajamos con otras personas.  


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