FEMINICIDIOS EN LA TRAMA DEL DESAMPARO
Lic. Gloria Edith Gallardo
Lic. Soledad
Olagaray
“Nuestros
ciudadanos eran como todos, absortos en ellos mismos.
En
otras palabras, eran humanistas, no creían en las plagas.
Una
plaga no está hecha a la medida del hombre. Por lo tanto,
el
hombre se dice a sí mismo que la plaga es irreal,
un
mal sueño que tiene que pasar. Pero no siempre pasa, y de mal sueño
en
mal sueño son los hombres los que pasan, y los humanistas
en primer
lugar, porque no tomaron precauciones.
Estos
ciudadanos no eran más culpables que otros, simplemente se
olvidaron
de ser modestos, eso es todo...
Presuponían
que las plagas eran imposibles...
Se
creían libres, pero nadie será libre mientras haya plagas.”
La
peste. Albert Camus
”Hay cosas que deben ser dichas suficientes
veces.”
Sigmund
Freud
Cuestiones singulares
La
necesidad de ser amparado es inmanente a la condición humana aún antes del
nacimiento; el amparo que se constituye como presencia, mirada, respuesta,
habilita la emergencia de toda alteridad necesaria para devenir sujetos. Este
amparo tiene lugar como palabra, tiene asidero en el lenguaje, condición
fundamental para la conformación de un mundo de sentido. Este mundo, como
espacio común, no es más que el recinto básico para que, en tanto que sujetos,
tenga lugar la singularidad.
Sin
embargo, y desde este particular enclave es que (nos) preguntamos: ¿Qué amparo
posible existe cuando en América Latina el cuerpo de las mujeres aparece con
peligro de muerte? peligro que no diferencia edad, clase social o etnia en
tanto que asedia a cuerpos femeninos o feminizados sostenidamente.
A diario, los medios masivos de comunicación
son portavoces del trágico destino de miles de mujeres quienes, en mano de sus
agresores feminicidas, pierden la vida. Sobre estos eventos se construyen
datos, informes estadísticos, perfiles psicológicos y psiquiátricos tanto de
agresores como de las víctimas; informes que en sus diversas variantes intentan
dar cuenta, explicar y visibilizar este fenómeno como elemento inherente al
ambiente colectivo que conforma nuestra cotidianeidad. A nuestro entender la
atención al caso recurrente, que ha tenido los motivos particulares de cada
aberrante evento que se construye de modo individualizado, desarticulado,
aislado, logra tanto su banalización, su frivolización y con ello la
revictimización de la mujer mediante su consecuente culpabilización.
Por
esta mirada los feminicidios son ubicados en el plano de lo im-pensado en tanto replican la
disrupción del pensar de quienes los llevan a cabo. Este problema supone que
los relatos, lejos de habilitar su efectiva comprensión, conforman una «cortina
de humo» dado que al no dar lugar a la diferencia que habilita su pensar, se
constituyen en el plano de la mismidad dado que se desarrollan en el orden de
la ininteligibilidad, y con ello, devienen
consecuente, a la subsidiaria impunidad de los crímenes (Cfr. Segato, 2016: 36).
Ante
estas problemáticas, nos interpelan ciertos interrogantes, a saber:
- ¿Cómo pensar lo im-pensado que constituyen los feminicidios?
- ¿Qué significante comportan los feminicidios?
- ¿Qué significan y a quiénes van dirigidos estos crímenes?
- ¿Cómo habilitar un enclave interpretativo que permita cercar el fenómeno de los feminicidios en Latinoamérica? ...
Desde
cierta imaginación sociológica (Cfr. Mills,
2004), es decir, saliendo del hecho en sí para dar con las complejas
condiciones de posibilidad del fenómeno es que entramos en el abordaje interseccional;
abordaje que se tensa y articula con los aportes de las teorías de género como
por aquella mirada psicoanalítica – crítico-deconstructiva – para revisar este
fenómeno a los fines de dar pistas a su pensar. Desde este pensar, a nuestro
entender, es que tienen lugar “[N]uevas tipificaciones y un refinamiento de las
definiciones se hacen necesarios para que sea posible comprender los
feminicidios en América Latina, al tiempo que […] es necesario formular nuevas
categorías jurídicas” (Segato, 2016: 37); categorías y tipificaciones que, cual
punto de fuga, den lugar a la desestabilización del orden –
patriarcal-capitalista – del cual derivan como mandato.
Cuerpos
como territorios
Tanto
Rita Segato (2016) como Jules Falquet (2017) consideran que sin la necesaria
articulación entre el neoliberalismo y el patriarcado difícilmente se
constituya el sistemático peligro de muerte sobre las mujeres en América
Latina. La violencia sexual, antesala de los feminicidios, se construye como
“garantía del control sobre territorios y cuerpos, y de los cuerpos como
territorios, y, por otro lado, la pedagogía de la crueldad es la estrategia de
reproducción del sistema”. La violencia «corporativa y anómica» que revelan
estos crímenes se expresa de forma privilegiada en el cuerpo de las mujeres, y
esta expresividad denota el esprit-de-corps
de quienes la perpetran. La violencia feminicida se «escribe» en el cuerpo de
las mujeres victimizadas por la conflictividad informal al hacer de sus cuerpos
“el bastidor en el que la estructura de la guerra se manifiesta” Así, el cuerpo
de la mujer se constituye como el «bastidor o soporte» privilegiado para la
escritura de «la derrota moral del enemigo», en tanto es construido de modo
articulado con la jurisdicción enemiga, es decir, como documento eficiente de
la efímera victoria sobre la moral del antagonista. (Cfr. Segato, 2003, 2006,
2011a, 2012, 2013, 2016: 61).
Históricamente
“el cuerpo de las mujeres, qua
territorio, acompañó el destino de las conquistas y anexiones de las comarcas
enemigas, […] Hoy […] la rapiña que se desata sobre lo femenino se
manifiesta tanto en formas de destrucción corporal, sin precedentes, como en
las formas de trata y comercialización de lo que estos cuerpos puedan ofrecer,
hasta el último límite” (Segato, 2016: 59). La particularidad de las nuevas
guerras, las guerras de baja intensidad, incrementan la vulneración de cuerpos
femeninos o feminizados y van en consonancia con los cambios contextuales, es
decir con el desarrollo de una economía de mercado global, de inestabilidad
política y la decadencia de «democracias reales».
Esta
vulnerabilidad, el desamparo creciente se explica con las dimensiones
contextuales polémicas[1] que asignan al cuerpo femenino o feminizado un particular enclave
ya no marginal como fuera otrora sino que es asignado a una posición central.
Posición que al tiempo que da cuenta de un orden, estructura verdades, asigna
posiciones que vertebran formas vinculares tanáticas o imposibles para toda
alteridad. Para Segato este orden se sostiene en formas de la violencia
inherente e indisociable de la dimensión represiva del Estado contra los
disidentes y contra los excluidos pobres y no-blancos y además, de la
paraestatalidad propia del accionar bélico de las corporaciones militares
(Segato, 2016: 62).
Hechos individuales, mensajes
colectivos
Los
feminicidios como crímenes colectivos portan mensajes colectivos en los cuales
se hace patente el punto más álgido del uso y abuso del cuerpo del otro sin que
éste participe con intención o voluntad; en estos hechos se hace patente el
«agenciamiento» del cuerpo de la mujer por la voluntad del agresor como “[C]ontrol
irrestricto, voluntad soberana arbitraria y discrecional cuya condición de
posibilidad es el aniquilamiento de atribuciones equivalentes en los otros, y
sobre todo, la erradicación de la potencia de estos como índices de alteridad y
subjetividad alternativa” (Segato, 2016: 38). Escuchar este macabro mensaje para dar con el
rostro del sujeto que en ellos habla nos aleja de interpretaciones que reparan
en los hechos individualizados, aislados, o relativos a pasiones desligadas o
ligadas al tan mentado “móvil sexual”. Estas recurrentes interpretaciones nos
alejan de seguirle el rastro a quien se “esconde detrás del texto sangriento”
(Cfr. Segato, 2016: 44). Desde nuestro particular enclave discursivo, el rastreo
pertinente supone que el hecho cruel sea inscripto en una cadena significante y
desde allí, considerar su aspecto expresivo. En este sentido, Segato plantea, “Si el acto violento es entendido como
mensaje y los crímenes se perciben orquestados en claro estilo responsorial,
nos encontramos con una escena donde los actos de violencia se comportan como
una lengua capaz de funcionar eficazmente para los entendidos, los avisados,
los que la hablan, aun cuando no participen directamente en la acción enunciativa.
Es por eso que, cuando un sistema de comunicación con un alfabeto violento se
instala, es muy difícil desinstalarlo, eliminarlo. La violencia constituida y
cristalizada en forma de sistema de comunicación se transforma en un lenguaje
estable y pasa a comportarse con el cuasi-automatismo de cualquier idioma”.
(2016: 45).
La
dimensión expresiva de todo acto de violencia – que nos permite considerar a los
feminicidios como muertes expresivas – implica el reconocimiento de una firma,
un autor mediante la cual se conoce y reconoce en el gesto que en definitiva lo
pierde como sujeto para asumirse en el mencionado «agenciamiento colectivo
patriarcal». Así, el acto criminal deja al autor como perpetrador del hecho
violento que se hace patente como consecuencia de la propia pérdida de su
singularidad invadido x estar envuelto por la pulsión de muerte, por tánatos;
autor que en su huella irreconocible de él como sujeto porta un mensaje de
muerte que no puede soslayar.
El
hecho feminicida como enunciado supone destinatarios – físicos o imaginarios –
presentes en el paisaje mental del sujeto de la enunciación. Como crimen
colectivo se pueden diferenciar y reconocer dos ejes que articulan la
enunciación; un eje vertical que remite a la víctima y revela un cariz punitivo
dando cuenta del perfil moralizador[2] inherente al actor
mientras que, desde el eje horizontal, el mensaje agresor se dirige a los pares
mediante el cual les solicita el ingreso a la sociedad, les solicita el
reconocimiento de la hermandad viril y con ello, adquirir una posición en la
“fratría que solo reconoce un lenguaje jerárquico y una organización piramidal”
(Segato, 2016: 40). En este doble registro se consuma la imposibilidad de
devenir sujeto por parte del agresor; imposibilidad de se revela en los
sucesivos y consecuentes suicidios posteriores a la consumación tanática
inherente al hecho feminicida.
Comunidades im-posibles
El
estado patriarcal en su legalidad se encuentra articulado con los regímenes
capitalistas neoliberales. Estos regímenes se encuentran sostenidos por morales
individualistas, democracias débiles, ejercicios de dominio por parte de los
capitales financieros transnacionales cuyo criterio último y definitivo es el aumento
de la ganancia. En este marco, las formas de dominación, las legalidades
asimétricas y jerárquicas del patriarcado hacen consonancia con las lógicas de
territorialización.
En
la lengua del feminicidio, cuerpo
femenino significa territorio y su etimología es tan arcaica como recientes
son sus transformaciones. El cuerpo femenino históricamente ha sido
constitutivo del lenguaje de las guerras, tanto tribales como modernas, en
tanto el cuerpo de la mujer es anexado como parte del país conquistado. Allí, la
sexualidad vertida sobre el mismo expresa el acto domesticador, apropiador,
marca del control territorial de los señores sobre el cuerpo de sus mujeres;
cuerpo que con ello deviene parte o extensión del dominio afirmado como propio.
Así, el feminicidio como asesinato dirigido a la mujer genérica, a un tipo de
mujer, que solo por ser mujer y por pertenecer a esta categoría, deviene
necesariamente en un crimen colectivo. El feminicidio deja ver la convicción
tanática de que el único valor de la vida de la mujer radica en su
“disponibilidad para la apropiación” (Segato, 2016: 47). En este sentido se
comprende la expresión de que todo “feminicida lo es porque es dueño y es dueño
porque es feminicida” dado que el feminicida en tanto agente colectivo
patriarcal toma posición en un orden que lo pierde como sujeto.
Palabras posibles
Ya
lo dice Freud en inhibición, síntoma y
angustia (1926) que la angustia – sin objeto – irrumpe en la vida del
adulto cuando emerge el desamparo. El ser queda a la intemperie. El estado de
desamparo es el prototipo de la situación traumática; situación que se repite
iterativamente en las formas del feminicidio; situación que nos conmina a
inquirir:
¿Cómo
dar lugar al pensar que habilita la singularidad? ¿Cómo dar lugar a
subjetividades desatendidas de la trama feminicida? ¿Cómo dar lugar a la
palabra que soslaye la traumática experiencia del desamparo? ¿Qué camino
recorre en el agresor la disrupción de su pensar? ¿Qué imagen de cuerpo de sí y
de ella que no logró llegar a la representación imaginaria, siendo ésta necesaria
con la que el ser cuenta para pensarse?
Allí
solo puede ser presentado el cuerpo fallado remitente a lo ominoso y a lo
siniestro. Lo siniestro que se hace patente en el mandato tanático feminicida.
Ante esto aparece el silencio como testigo del desamparo, la complicidad viril
como elemento de la impunidad que replica a violencia, la vigilancia jerárquica
como efecto del orden opresor. Este entramado patriarcal, tejido que cerca al
sujeto, perdiéndose y aliándose con los portavoces identitarios que lo ocluyen
en su ser, el que le impone el mandato tanático de matar, de vulnerar todo
aquello que se le presenta o construye como alteridad; mandato que se
efectiviza en la disrupción de su pensar al momento de matar. Es ese entramado
que se alimenta del silencio y del sometimiento, que cerca y cercena, que
vulnera, aniquila y entrampa toda singularidad…
Ante
esto, la palabra, allí reside nuestra apuesta: habilitar caminos posibles que
desanden la trama tanática y traumática. Un camino posible que se traza
mediante categorías que desarmen la trama que impide la emergencia de sujetos
libres, liberados de mandatos, liberados de aquellas voces que ofrecen la
igualación tanática de lo mismo. Así, pensamos que el camino que invita a dar
con aquello que subsiste en el plano de lo im-pensado
o im-pensable supone atender a
categorías específicas; supone dar con la palabra que irrumpe como diferencia
ante el silencio envuelto y ligado por tánatos al desamparo; supone con todo
ello, reconocer el modo en que se viabiliza la emergencia del sujeto libre,
liberado, y con ello, singular.
Bibliografía
- Segato. R. L. (2016). La guerra contra las mujeres. Buenos Aires: Tinta Limón.
- Segato. R. L. (2018). Contra-pedagogías de la crueldad. Buenos Aires: Prometeo.
- Falquet. J. (2017). Pax neoliberalia: perspectivas feministas sobre (la reorganización de) la violencia contra las mujeres. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Madreselva.
- Freud, S. (1926). “Inhibición, síntoma y angustia” en Obras Completas. Tomo XX. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
- Mills, C. W. (2004). La Imaginación Sociológica. Mexico: Fondo de Cultura Económica.
Descriptores: feminicidio, capitalismo, neoliberalismo, sujeto, psicoanálisis, patriarcado, desamparo.
Resumen
En
este escrito nos proponemos algunas reflexiones
relativas a la situación de vulnerabilidad en la que se encuentran los cuerpos
femeninos o feminizados en las sociedades latinoamericanas contemporáneas.
Indagar sobre posibles modos de comprender los feminicidios nos permitió
caracterizar la situación de las mujeres en el marco de una guerra de baja intensidad (Falquet, 2017
& Segato, 2016) al tiempo que visibiliza la articulación
patriarcado/capitalismo neoliberal que habilita la emergencia de agenciamientos colectivos, tanáticos y feminicidas. Agenciamientos que en las
formas del desamparo al tiempo que vulnera y violenta, impide la emergencia de
sujetos en tanto que singularidades.
El
recorrido habilitado por las teorías de género como por categorías provenientes
del psicoanálisis da lugar a una mirada que si bien se reconoce histórica y
sociológica se encuentra localizada como enunciación latinoamericana. Es desde
este enclave que se realiza un aporte interpretativo para cercar
discursivamente este fenómeno que acecha y vulnera sistemáticamente tanto la
vida de mujeres como de aquellas vidas y subjetividades no articuladas al
modelo hegemónico de sujeción occidentalizado
(blanco-heterosexual-masculino-capitalista).
[1]
Véase polemos
[2]
El agresor como paladín de la moral social sostiene el imaginario donde el
destino de la mujer es “ser contenida, censurada, disciplinada, reducida, por
el gesto violento de quien reencarna, por medio de este acto, la función
soberana” (Segato, 2016: 40)
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