LAS
FRONTERAS EN PSICOANÁLISIS (CONSIDERACIONES METAPSICOLÓGICAS)
Ricardo Avenburg
El término frontera remite a los
límites de un estado, o sea a consideraciones geográficas y, por lo tanto, a
los límites de una superficie. En relación al psicoanálisis apunta
especialmente a una tópica más que a las consideraciones económicas y
dinámicas.
Pero antes de llegar a la topografía
psíquica partamos de la frontera entre lo inorgánico y lo orgánico. Como dice
Freud en “Más allá del principio del placer” la vida surge cuando, a
consecuencia de circunstancias meteorológicas que no conocemos, sobre la
superficie de lo inorgánico aparece la primera célula viviente. Trabajando
Freud con la hipótesis de que los instintos son conservadores la tendencia de
la primera célula fue retornar a lo inorgánico, expresión de un instinto de
muerte. Pero, en tanto las circunstancias meteorológicas se mantuvieron, fueron
apareciendo nuevas células y acá surge el instinto de vida: la tendencia, en
tanto conservadora, a volver a la unidad originaria de la vida, instinto al que
llamó Eros. A partir de ese momento ambos
instintos entraron en una dialéctica: viviendo se muere y en tanto se
muere se vive. Dentro de esta frontera (no psicológica) se va desarrollando la
vida. Cada nuevo nivel de organización establece una nueva frontera, que
convive con las anteriores.
Al principio la reproducción se
produce por división celular sin quedar residuos hasta que, en un momento más
desarrollado de la vida, la reproducción se acompaña con la presencia de un
individuo esencial para la misma. Y se
plantea la aparición de una dialéctica instintiva más desarrollada que
presupone, supongo, infinidad de otras: el instinto que tiende a conservar al
individuo, instinto de autoconservación,
diferenciado del instinto sexual, el de la conservación de la especie.
Es un hecho aún no psicológico, pero
es básico en la conceptualización del psicoanálisis por lo siguiente: el
instinto de autoconservación no es desplazable a otros campos que los que
cumplen directamente la acción específica; para la conservación de la vida del
individuo es necesario respirar, alimentarse, defecar, etc. La meta final del
instinto sexual es la relación sexual necesaria para la reproducción de la
especie, pero si dejamos de lado esta meta, puede satisfacerse de modo
desplazado.
¿Cómo se pasa la frontera de lo
biológico para devenir un hecho psicológico? Con la aparición, ante la exigencia del instinto,
de la alucinación, que reproduce una primera satisfacción instintiva (ver Freud:
“Proyecto para una psicología”). Al principio la alucinación satisface ambos
instintos, que, con desarrollo ulterior, se van diferenciando. Con la primera
alucinación desiderativa se establece el principio psicológico del
placer-displacer, para mí, el primer principio psicológico (no sé si Freud
diría lo mismo o si lo piensa ya a nivel biológico: en “Más allá del principio
del placer” lo refiere presente ya en la ameba).
Pero el principio del
placer-displacer, para poder cumplirse, debe adecuarse a la realidad, o sea que
ha de respetar esta nueva frontera dada por el principio de realidad (por supuesto
que dejo de lado aquí cómo se satisfacen los instintos de los organismos de
menos nivel de organización). En principio los que adecuarán las necesidades de
los niños son los padres (o adultos en general).
Esto se da hasta que aparece una
nueva frontera: el yo. Primero el yo real primitivo, que empieza a diferenciar
el mundo interior del exterior a través de la acción de la fuga del estímulo
(si con la acción de fuga el estímulo deja de percibirse, es categorizado como
exterior, de lo contrario, es interior). Tratando de integrar el yo con el
principio de placer aparece la nueva frontera del “yo de placer purificado”, la
proyección del displacer hacia el mundo exterior, nivel de reubicación de cada
principio que termina corrigiéndose en esta nueva frontera que es “yo de
realidad definitivo” en que el placer y el displacer dependen de otras
condiciones que el de ser interior o exterior al organismo.
Cada frontera es el pasaje de un
nivel de integración psíquica (de representaciones y descargas motoras) en el
que se desarrolla el lenguaje que, al principio se expresa en las descargas
afectivas y poco a poco se va integrando, pasando por el animismo, al lenguaje
de la palabra hablada (Prec. que se expresa en el lenguaje consciente).
Hasta aquí, en cada frontera se
desarrolla un nuevo nivel de aprendizaje. Pero todo esto es hasta un cierto
punto. En el período de latencia aparece una frontera que no deja pasar ciertos
deseos que son expresión de instintos muy básicos: se impone el tabú del
incesto que hace que muchas representaciones no puedan desplegarse, hacerse
conscientes, sufren una represión. Quiero aclarar: para represión, la palabra
alemana que usa Freud es Verdrängung,
que es muy difícil de traducir y que quiere decir: “sustitución y
desplazamiento”. Se desplaza, se saca del lugar (de la tópica original) la
imagen desiderativa sexual de la madre o del padre, y se sustituye por la
amenaza de castración (en la mujer el miedo a la pérdida de amor) que genera
terror y obliga a una regresión a las representaciones prohibidas que tratarán
de expresarse por vías inconscientes (más allá de la palabra, no
preconscientes) generando la disposición a la neurosis. ¡Por esta frontera no
se puede pasar! ¿Y quién lo dice? En principio el padre que tiende a ser
desplazado (y aniquilado) por el deseo incestuoso. Se establece aquí una
frontera infranqueable ya recibida filogenéticamente, según la hipótesis de
Freud, a partir del asesinato del padre de la horda primitiva, que devino en el
superyo que impone el tabú del incesto y muchos otros tabúes que, en última
instancia, están asociados a ese primer tabú.
¿Qué hacemos con eso? Acá aparece el
psicoanálisis, descomponer los efectos de ese desplazamiento original para
volver a colocar cada cosa en el lugar que le corresponde, hasta donde se
pueda; pienso que el objetivo es la integración del yo con el ello y colocar
cada mandato del superyo al servicio del yo y en relación con la realidad.
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