miércoles, 26 de junio de 2019

CONTRIBUCIONES - Liliana Blanco


FRONTERAS DEL PSICOANÁLISIS

Liliana Blanco [i]



Cuando me propusieron escribir algunas líneas sobre “El psicoanálisis en las fronteras”  pensé  de inmediato en los obstáculos con los que me topé al empezar a trabajar en la zona.

Vivo en un lugar de frontera, al pie de la Cordillera de los Andes, hay pues una frontera geográfica que nos une/separa de Chile, frontera que por suerte en la actualidad, no ofrece problemas. Pero existen otros límites, menos visibles a simple vista, que nos hacen replantear permanentemente nuestro trabajo.

El primero y  más simple, tiene que ver con el vivir en un pueblo donde todo el mundo se conoce,  y nos encontramos en el supermercado, en el cine, el teatro o en el consultorio de algún médico. Concurrir a un gimnasio o a alguna actividad recreativa implica tener que compartirla con más de un paciente.

Recuerdo una médica que me comentaba su incredulidad cuando a poco de llegar, un paciente desde el otro extremo de la góndola de uno de los dos supermercados que tenemos le grita: Dra. Las pastillas que me dio para la próstata no me hacen nada!, qué hago?”

Mantener el encuadre se vuelve una tarea difícil cuando nuestros pacientes son a la vez nuestros vecinos o nuestros compañeros.

Sin embargo la frontera más complicada está dada por el choque de dos culturas, la nuestra (blanca, occidental, o huinca) y la del pueblo mapuche. Siempre tuve un profundo respeto por los pueblos originarios y mi fantasía al ir a vivir al sur era adentrarme en su cultura, investigar sus creencias ancestrales, su cosmovisión y tratar de establecer semejanzas y diferencias. Me encontré con una pared difícil de traspasar. La desconfianza (bien ganada hacia el blanco) hace prácticamente imposible el intercambio.

Cuando un paciente mapuche llega a nuestro consultorio, nunca lo hace por demanda propia, viene derivado por el médico, por el juzgado, por el trabajo o por Acción Social. Llegan con bronca, por tener que acatar una medida que no comparten, porque se sienten tratados de “locos”, con desconfianza o con indiferencia. Se sientan frente a nosotros en absoluto silencio, esperando…esperando qué? Tal vez un certificado que les permita volver a sus tareas, tal vez que le solucionemos un problema, o que adivinemos qué les pasa…quizás que le propongamos a la manera de las machis, un ritual…imposible saberlo…Su mirada nos atraviesa, el silencio se vuelve una especie de contrapunto en el que siempre perdemos. Las respuestas a nuestras preguntas, con suerte son un monosílabo. A veces, muy pocas, nos cuentan parte de su historia, relatan crímenes, violaciones, situaciones terribles relatadas con total indiferencia. Los hechos se cuentan como un todo cerrado, sin relación con lo que los precedió ni con los síntomas que pueden presentar en el presente. Muchas veces me pregunté si estarían buscando asustarme, impactarme, no, estoy segura que poco les importa lo que yo piense, simplemente el afecto no está presente en la palabra, o en los gestos.

Alguna vez me atreví a señalarlo, la respuesta: silencio, absoluta falta de reacción…

Otras veces, muchas, advertí que si bien aparentemente hablamos el mismo idioma, las palabras no tienen el mismo significado, he hecho interpretaciones basándome en lo que creí entender para mucho tiempo después descubrir que las palabras pronunciadas tenían un significado totalmente desconocido por mí. Sin embargo, nunca me contradijeron, nunca aclararon mi error, sólo silencio e inexpresividad en el rostro. Tal vez ellos tampoco entendían mis palabras…

Una vez, una paciente dijo que “había estaba preparando el pino” Era el mes de junio, sin pensarlo pregunté” tan pronto?”  No hubo respuesta…Mucho tiempo después me enteré que “el pino” es el relleno de las empanadas!!!!

Otra vez, hice una interpretación sobre el juego de un niño en el que intervenían un perro y una cabra. El pequeño me miró, y muy divertido dijo: “porteña tenés que ser! Esto es un chivo!

Una maestra de música proveniente de la ciudad de La Plata, que daba clases en la escuela de una comunidad mapuche solía comentarme su desazón por el silencio de los chicos. “En La Plata, no sabía cómo hacerlos callar, acá no sé cómo hacer que hablen o participen”

A pesar de todo con los niños fue más fácil ganar su confianza, establecer una transferencia positiva, ellos despliegan en el juego su problemática y yo trato de interpretar desde el juego mismo, haciendo intervenir poco la palabra. De a poco, fui entendiendo o ellos explicándome, tuve que informarme  sobre sus creencias, aprender a aceptarlas (quizás esto es lo que siempre debemos hacer ) A veces es muy difícil, cuando se trata de situaciones de violencia o abuso.

La primera consulta que recibí fue para hacer una evaluación acerca de un implante coclear en un muchacho sordomudo que jamás pudo adquirir el lenguaje de señas ni la lectura de labios. Nadie había tratado ni cuestionado esta condición, hasta los 15 años en que la familia se mudó al pueblo y fue por primera vez a una escuela. Hasta ese momento había vivido con los padres y las hermanas en el campo ( en esta zona se denomina así a la estepa). Uno puede tender a juzgar y hacer interpretaciones erróneas acerca del abandono o la desidia familiar que no reparó en una problemática tan evidente. Y nos equivocaríamos.

Para la cultura mapuche la enfermedad y la muerte siempre son efecto de la acción intencional de determinados seres o  fuerzas: los kalku (seres malignos) que  manipulan fuerzas negativas llamadas wekufe (el daño). La concepción de la enfermedad tiene que ver con la introducción de un objeto morboso que porta esa fuerza maligna o por el mismo espíritu maligno, Por ejemplo, si un cadáver no se descompone inmediatamente, es que ha sido poseído y eso significa que volverá a buscar familiares del fallecido, ya sea para lastimarlos o para poseerlos también. (Cabe mencionar que el clima de la estepa es por demás frío y seco, con lo cual es esperable que un cadáver no se descomponga rápidamente) La sordera de este paciente era resultado de la toxoplasmosis materna que antes de su nacimiento había provocado la muerte de una hermanita. Para la familia, el espíritu de la pequeña se había apoderado del nuevo bebé provocándole la sordera.

Lejos de ser rechazada, la persona poseída es cuidada y protegida para no enfurecer al espíritu maligno, evitando de esta manera que haga más daño. El sujeto se convierte así en “algo familiar y extraño al mismo tiempo, poseído por algo terrorífico o demoníaco”. En este punto, me alegra poder volver a “mis fuentes” y pensar en las reflexiones de Freud en Lo Siniestro.

Bibliografía:

  • Carbonell, Beatriz: Chamanismo mapuche, Medicina y Poder, sus formas de vínculo social. Universidad Fasta, Patagonia Argentina
  • Díaz Mujica, A: Conceptos de enfermedad y sanación en la cosmovisión mapuche e impacto de la cultura occidental. Rev. Ciencia y Enfermería X
  • Freud, Sigmund: Lo Siniestro, Edit. Noé, Buenos Aires, 1973
  • García Vázquez, Cristina: Transculturalidad y enfermedad mental: los mapuche en Neuquén. Proyecto de investigación en conjunto con el Lic. Javier Barda





[i] Psicóloga UBA. Ex docente de la Facultad de Psicopedagogía Universidad del Salvador titular en las Cátedras de Técnicas Proyectivas, Psicología Evolutiva II(Adolescencia), y Psicología l. Ex docente Facultad de Psicología Universidad de Buenos Aires Cátedra Niñez, titular: Juan José Calzetta. E mail: liliblancoar@yahoo.com.ar



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